A gran tensión generada por la concentración de 175.000 soldados rusos en la frontera con Ucrania puede derivar en una gran crisis, pero difícilmente en una gran guerra. Y no tanto porque no se quiera, sino porque, hoy por hoy, no se puede. Sobre todo, porque Rusia no puede. Y los Estados Unidos, porque aún no quieren; creen que su arma más temible -el potencial económico- les basta para contener al Ejército moscovita y los sueños de grandeza de Putin.

Como casi siempre en política, lo de menos en esta crisis son los derechos y las razones; lo decisivo son los poderes y los intereses. Estos últimos son evidentes: Rusia quiere volver por sus fueros de gran potencia -como lo fueron la zarista y la URSS- y mantener el statu quo militar-territorial de finales del siglo pasado, cuando media Europa estaba dominada por la URSS.

Por razones hegemónicas, los EE.UU. quieren mantener el "statu quo" actual en el que la Federación Rusa sigue siendo grande..., pero muchísimo menos. Y, sobre todo, para Washington es fundamental mantener la expansión territorial de la OTAN, una expansión que reduce grandemente la eventual peligrosidad militar rusa.

Son intereses antagónicos que dejan muy poco margen para la negociación. Pero para la confrontación tampoco hay mucho campo de maniobra. Putin sabe que un éxito militar fulminante -la conquista y ocupación de Ucrania- está a su alcance, pero que en una guerra contra la OTAN tiene las peores bazas por la inferioridad industrial y económica, sin contar con la guerra de guerrillas que plantearían los patriotas ucranianos.

Entonces, ¿a qué viene ese despliegue armado en la frontera ruso-ucraniana?

Podría ser un intento de chantaje de bajo coste. Es una jugada en la que, a la corta, los regímenes autoritarios les ganan la partida a los Gobiernos democráticos, atemorizados por la pérdida del poder si el electorado es presa del miedo a la guerra.

Este planteamiento le permitió a Hitler el siglo pasado anexionarse buena parte de Europa (Alsacia Lorena, Bohemia y Moravia, Silesia, etc.) sin pegar un tiro y le permitió a Stalin sojuzgar media Europa sin que los EE.UU. y sus aliados movieran un solo soldado. Pero...

Pero Hitler calculo mal las tragaderas de las democracias y desencadenó la II Guerra Mundial que perdió en las finanzas mucho más que en los campos de batalla. Y la URSS de Stalin, más cauta y con mejor espionaje que la Alemania nazi, no provocó ninguna guerra, pero se arruinó en una carrera armamentista, carrera que le era imprescindible para hacer plausibles sus amenazas a la paz mundial.

Putin está haciendo ahora el mismo juego que Hitler y Stalin, pero con muchísima más prudencia y conocimiento de causa. Lo que en principio sería una garantía para el mantenimiento de la paz, si no fuera porque no hay nadie que juegue con fuego y esté seguro de no provocar un incendio por accidente o -en la política internacional- por nacionalismos desbocados.