N proverbio nativo americano dice que no hemos heredado la tierra de nuestros antepasados, la hemos tomado prestada de nuestros hijos. Y hoy una pared de humo impide ver más allá de la valla del jardín. Llevamos una semana sin ver el sol, sin salir de casa, bajo alarma por humo tóxico (Dense Smoke Advisory).

La composición del humo depende del tipo de combustible, de la temperatura del fuego que lo ha originado y de las condiciones del viento, y las partículas generadas por los incendios, suspendidas en el aire, son uno de los principales contaminantes del aire. Son extremadamente pequeñas, de menos de 2,5 micrómetros de diámetro (de ahí su nombre, Particulate matter 2.5 o PM2.5), por lo que son fácilmente inhaladas, a pesar de la mascarilla. Son irritantes respiratorios y la exposición a altas concentraciones pueden causar tos persistente, flema, sibilancias y dificultades respiratorias. Pero el humo puede producir trastornos más graves como reducción de las funciones pulmonares, bronquitis, exacerbación del asma y, en casos extremos, el PM2.5 está relacionado (solo o en combinación con otros contaminantes) con el agravamiento de enfermedades respiratorias y cardiovasculares preexistentes y un grave aumento de la mortalidad.

Hasta ahora era habitual perder días de clase a causa de la nieve, pero ahora las alarmas por aire tóxico son más habituales. Se han cerrado las escuelas y otros servicios públicos y el Servicio Meteorológico Nacional ha anunciado que el humo nos continuará afectando. Es un fenómeno nuevo. De hecho, ésta es la primera vez que la División de Gestión de la Calidad del Aire del condado de Washoe emite una alarma de nivel 2 por toxicidad (Stage 2 Air Pollution Warning). El índice de calidad del aire (AQI) es una escala codificada de 0 a 500. Cuando el nivel AQI es inferior a 50, la calidad del aire apenas presenta riesgos para la salud; cuando se sitúa entre 51 y 100, la situación pasa a ser “moderada”, y por encima de 100 es “insalubre”. Estos días hemos alcanzado niveles por encima de 300.

La agencia AirNow ha catalogado la calidad del aire del jueves 10 de septiembre como el quinto peor periodo de 24 horas en los últimos 20 años y el peor desde agosto de 2013. Lo más preocupante es que el humo proviene de varios incendios localizados a más de 400 kilómetros de aquí, en California y Oregón. Obviamente, cuanto más nos acercamos a estos focos de fuego, mayor es el factor AQI: 448 en Springfield (Oregón), 663 en Bridgeport (California), a 160 kilómetros al sur de Reno, y 724 en Oakhurst (California), un récord que ha hecho saltar por los aires la escala AQI.

En 2019, de las 20 ciudades más afectadas por la contaminación del aire del país 19 estaban en California, fundamentalmente a causa del fuego. Según CalFire, más de 17.400 bomberos permanecen en primera línea tratando de controlar 29 incendios forestales de gran magnitud en California. El patrón meteorológico de gran parte del estado, con temperaturas más altas, cielos despejados, un descenso notable en los índices de humedad relativa y vientos cálidos, han aumentado drásticamente el número y la intensidad de los fuegos. Desde principios de año ha habido casi 7.900 focos de fuego que han quemado más de 3,4 millones de acres sólo en California (récord histórico). Desde el 15 de agosto, el fuego ha destruido más de 1 millón de acres de tierra en Oregón y se han registrado 25 muertes; casi 5.400 estructuras destruidas, entre ellas 2.350 viviendas y al menos el 10% de la población se encuentra en zonas de evacuación. Las poblaciones de Phoenix y Talent, con un total de 11.000 habitantes, han desaparecido. La gobernadora Kate Brown ha advertido de que tendrá que declarar el estado de emergencia por este “evento masivamente catastrófico” (mass fatality event).

Pero es un fenómeno global. La ola de fuego está afectando a toda la costa oeste, desde Washington hasta el sur de California: 28.000 bomberos están haciendo frente a las llamas. En mes y medio se han registrado 79 incendios de gran magnitud y han ardido más de 5,2 millones de acres (21.000 km2), más de medio millón de personas afectadas por las órdenes de evacuación de los cuales 40.000 han tenido que abandonar sus hogares. Se han registrado 35 muertos y decenas de desaparecidos, pero esto es sólo la punta del iceberg. La exposición a los niveles de AQI que estamos registrando equivale a fumar de 45 a 50 cigarrillos al día. La Junta de Recursos del Aire estima que la contaminación por PM2.5 causa más de 9.200 muertes anuales en California. Pero han avisado, 2021 será peor.

Este es el humo que estamos respirando en Cold Springs Valley. Y sus cenizas han tocado ya a la costa este. El gobernador Gavin Newsom ha advertido que “California, amigos, es tan sólo la avanzadilla de Estados Unidos. Lo que estamos experimentando aquí afectará a otras partes del país a menos que actuemos juntos contra el cambio climático”. Se ha quedado corto: las cenizas pronto llegarán al otro lado del Atlántico. El cambio no afecta sólo a la república. Conforme las temperaturas crezcan, los vientos de refuercen y el ambiente se deseque, los incendios y otros fenómenos naturales afectarán con igual fiereza a otros puntos del planeta.

Trump declaró la situación de emergencia en agosto, pero no ha tenido prisa en visitar California. Finalmente ha venido y si hasta ahora había destacado como médico, historiador y hasta cheerleader, ahora ha demostrado ser un curtido bombero. Ha sido muy explícito: “No nos van a vender la moto del cambio climático”. Por eso ha retirado a Estados Unidos de los Acuerdos Climáticos de París y ha desmantelado la red legal en materia de problemas climáticos y medioambientales. La solución es simple, hay que barrer los bosques -aseguró- porque “cuando los árboles se caen, tras un corto periodo de tiempo, después de unos 18 meses, se vuelven muy secos y son como cerillas”. No contento con esta acreditada intervención, continuó diciendo que el verdadero problema son los árboles explosivos: “No hay más agua fluyendo a través de ellos. Simplemente explotan ¡Pueden explotar!”. Como en el film Red Skies of Montana. Y concluyó visiblemente satisfecho que, tras haber hablado con numerosos bomberos europeos, el “rastrillado” de bosques es la clave para evitar incendios forestales: “Me ha dicho que [en Europa] tienen árboles que son más explosivos, mucho más explosivos que los de California, y no tienen ningún problema porque administran [rastrillan] bien sus bosques… Tenemos que hacer esto en California”. Esto explica por qué Biden ha llamado a Trump “incendiario climático”.

Alexandria Ocasio-Cortez, representante demócrata, ha recordado que “para los más jóvenes, el cambio climático es mucho más que la elección o la reelección. Es una cuestión de vida o muerte”. El problema es que el cambio climático no es un problema, es una realidad; el problema es la absoluta incapacidad humana para hacer frente a esta transición catastrófica y, por eso mismo, existen serias dudas sobre si la ciudadanía se acordará del planeta al depositar su voto en las presidenciales de EE.UU. el próximo 3 de noviembre. Un dato lo corrobora: dos días después de predicar sobre árboles explosivos, Trump ha acortado en un punto la distancia con respecto a Biden en intención de voto en California, el Estado verde y demócrata por excelencia.