Una mirada panorámica sobre la política exterior estadounidense a partir de la caída del muro de Berlín (finales de los 90) muestra un constante y progresivo encogimiento de la presencia militar norteamericana en el mundo.

Incluso las “guerras victoriosas”, como las llevadas a cabo contra el Irak, y hasta los descalabros más vergonzosos -como el desembarco en Somalia (1992)- no son en realidad más que hitos de ese retraimiento. Y este tiene dos causas principales : una, casi coercitiva, es el relativo empobrecimiento de los Estados Unidos; la otra, es el convencimiento de que en un mundo de armamentos sofisticados y generalización de la guerrilla ya no tiene sentido la presencia militar extensiva. En realidad, los dos motivos vienen a ser uno sólo: la política de “gendarme del mundo” le sale demasiado cara al país.

Lo del relativo empobrecimiento hay que entenderlo en una visión global del mundo. La abrumadora superioridad financiera ce los EE.UU. sobre el resto de las naciones industrializadas que se daba al finalizar la II Guerra Mundial se ha ido reduciendo fuertemente. Y con la reducción de esta diferencia se produjo una pérdida similar de la supremacía armada. Al Pentágono y a la Casa Blanca del siglo XXI le conviene ahora la vieja política de las grandes potencias del siglo XVIII: delegar las guerras -y las guerra civiles- en potencias mercenarias, llámense ahora voluntarios kurdos de Siria, muyahidín del Afganistán o disidentes del gobierno turco neo islamista del AKP.

En el caso de Oriente Medio la nueva política militar norteamericana se ve claramente en Siria. La intervención ha sido mayoritariamente técnica (asesoramiento) y financiera, y casi nula en cuanto al despliegue de tropas.

Y aún más acusada es esta inhibición militar en Libia, donde la atomización de poderes fácticos (de los cuales, el de Jalifa Jaftar se perfila como abrumador a pesar de ser muy reducido) permite una intervención de bajo coste y sin poner en peligro la vida de ningún ciudadano estadounidense.

La contrapartida de esta política low cost es que, como todo lo barato, tiene una validez muy breve. Las evoluciones sociopolíticas locales y el creciente protagonismo chino -fruto de su vertiginoso enriquecimiento- reducen la validez de las soluciones in absentia a periodos de tiempo cada vez más cortos. Y esto, tanto en política como en la vida real, puede resultar muy caro a la larga.