Al aventurero periodista Unai Aranzadi este individuo le recuerda únicamente en su sobrenombre de Baghdadi a un vizcaino del que poco se sabe y del que merece la pena volcar nuestro interés, al menos, durante unos minutos de lectura. "Siglo y medio antes de que el iraquí Al Baghdadi se hiciese al mando del siniestro Estado Islámico, el vizcaino José María de Murga y Mugartegui recorrió el Magreb africano bajo ese mismo alias", ilustra.

Unai Aranzadi (Getxo, 1975), cronista de guerra y documentalista que firma trabajos para CNN, BBC o Al Jazeera, ha investigado la figura del intrépido vasco bautizado como José María de Murga y Mugartegui. Para ello viajó a la casa solariega, origen de su biografía ubicada en Markima-Xemein. El periodista transmite a DEIA que una señora rubia le abrió la verja del solar. Hace referencia a la Torre Bidarte donde el "moro vizcaino" (tal y como se le recuerda, hoy) pasó buenas temporadas a mediados del siglo XIX. "Yo soy de la rama de los Gortazar y sólo he venido de visita porque vivo en Asturias, pero sí, esta casa es de los Murga", le confirmó la mujer.

Las visitas a este caserón-museo de Markina-Xemein o al gran parque acotado que tienen junto a la biblioteca municipal, no suelen estar abiertas al público, pero la señora tiene a bien detenerse un minuto y explicar que su Al Baghdadi, "lo era con el artículo El, no con Al como se escribe ahora", y que su antepasado, el euskaldun José María de Murga y Mugartegui (Bilbao, 1827) "jamás se convirtió al Islam, como podría creerse", valora Aranzadi.

Valle pródigo en vocaciones católicas, de Markina-Xemein han partido monjas y misioneros hacia el Congo, Filipinas, Perú o Japón. "A lo largo de los siglos, movidos por la fe u otro tipo de inquietudes, sus habitantes han demostrado que este es un lugar de gente emprendedora en los más variopintos sentidos", subraya y cita a algunos ejemplos, caso del padre de Fray Domingo de Urrusolo, que trabajó como escribano para el Emperador de Austria; importantes navegantes (a pesar de no tener mar o puerto) como el capitán Martin de Oronzua, y "hasta un hombre que consiguió sobrevivir a las experimentaciones pseudocientíficas de los nazis en Mauthausen, el miliciano José María Aguirre". La villa también ha sido conocida como "la universidad de la pelota", formando en su frontón del siglo XVIII a legendarios pelotaris que harían viajes -y nuevas vidas- en destinos tan dispares como Yakarta, Buenos Aires, Miami o Shanghai. "Más recientemente los emprendedores han sido de otro perfil, aunque no menos arrojado. Tal es el caso de José María Arizmendiarrieta, fundador de la cooperativa Mondragón, así como varios mendizales que han conquistado las más altas cimas", apostilla Aranzadi.

Según el periodista, los peregrinos que hacen la ruta norte del camino de Santiago cruzan la villa frente a unos vecinos acostumbrados a ver el paso de hombres y mujeres mochileras, quienes macuto y bastón en mano, avanzan del mismo modo que antes lo hizo Murga en el norte de África. "En sandalias, tocado con un sayo blanco, con una saca, una jarra y una makila como únicas posesiones (amén de sirviente y mula, según se dice) el viajero vasco buscó la aventura de muchas formas antes y después de lanzarse a recorrer Marruecos", relata. El de Getxo evoca al markinarra como liberal con fusil en el sitio carlista de Bilbao, oficial de Husar de Pavía con casaca roja y sable, o enviado del gobierno español en la guerra de Crimea. "Posa para la foto con aire romántico en cada una de sus aventuras. No obstante, y a pesar de que dilapidó parte de la fortuna familiar en vivir sus sueños, su compromiso con el mismo hecho del viaje no fue simple pose en absoluto", detalla y va más lejos: "En su afán por ver y saber, Murga, se mimetizaba con el paisaje de Tetuán, Fez o Rabat, apostando por los oficios humildes: Sacamuelas, curandero...". "Hach Mohamed El Bagdady", dijo ser en su libro de 1868 titulado como Recuerdos marroquíes del Moro vizcaíno.

Hoy, en Markina-Xemein, apenas nadie sabe algo de él; "cosa muy típica de pueblos como este", asegura Igor, el bibliotecario municipal. "La gente no conoce su historia, y sobre las andanzas de Murga te das cuenta de que sólo hay interés cuando sale alguna cita en prensa o televisión. Esa misma semana te piden el libro que escribió dos o tres veces, pero si no, nadie pregunta por él". Esta publicación aún está a la venta en un edición de Federico Verástegui que data de 2009.

El tomo es una autobiografía de sus experiencias en el Magreb -vocablo que significa Poniente-, aunque más como observador que como protagonista. Impreso en Bilbao en 1868, liberado de derechos en su primera edición, y animando desde sus primeras páginas a que se copie y difunda, la obra ha sido reeditada en unas pocas ocasiones. En el prólogo de una de ellas, la de 1994, su sobrina nieta (quien murió en 2015 a los 103 años) da muestra del interés por la cultura de los Murga, linaje antiquísimo que halla su origen no en Markina-Xemein, sino en el Valle de Ayala (Araba).

"El Bagdady" hizo contactos con importantes personalidades de Marruecos en Crimea y Constantinopla, actual Estambul. Lo consiguió, a juicio de Aranzadi, porque era "privilegiado de su tiempo pero valiente en sus proyectos". Decidido a viajar por el Magreb, estudió árabe en París y se interesó en la cirugía. Mugartegui tuvo fascinación por los pueblos bereberes, a quienes colonizadores les llamaron así como bárbaros. Los bereberes se denominan en realidad amazighs, “hombres libres”.

El vasco sin embargo no sentía simpatía alguna por los judíos, también implantados en Marruecos en municipios como Essaouira, donde existe un barrio judío al que a menudo peregrinan devotos de este dogma de Israel o Estados Unidos. "Escribió las críticas más ácidas para los judíos y aporta un ejemplo escrito por el vizcaino: "Judío, que ha encontrado la puerta de una casa, no tarda mucho en hacerse dueño de ella".

Dos largos viajes

Sin embargo, estas ideas no le impiden, a juicio de Aranzadi, ver las virtudes de estos últimos frente a las carencias de los suyos. "No sé qué decir sobre patrones y marineros, que durante años y años están haciendo el comercio de cabotaje en Berberia, llega al extremo de no conocer ni una palabra de árabe, ni ser útiles para arreglar sus cuentas y anotaciones, teniendo que recurrir para ello a los judíos".

El cronista ilustra que los dos largos viajes a través de Marruecos y el Atlas fueron pródigos en anécdotas, buscando el entendimiento y las experiencias de primera mano a toda costa. "Así, marcharse lejos, no solo le sirvió para dar con el otro, sino para poder verse a sí mismo y a los propios bajo un prisma distinto".

Acompañado de una foto, el diario La Publicidad trajo en portada "la muerte del moro" el 1 de diciembre de 1876. Según ha investigado el informador, el invierno comenzaba, y aquel tercer descenso al norte de África se vio frustrado por una repentina fiebre que lo hizo perecer en Cádiz, camino del estrecho, a los 49 años. "No dejó descendencia directa, y fue su hermano quien dio continuidad al linaje, amén de editar y corregir su única pero entretenida obra literaria". Antes de su deceso, en la página 186 del libro, el aventurero se despide firmando como "el moro vizcaíno", "epíteto probablemente merecido tras tanta inmersión de incógnito en medinas y kasbahs. De este modo comenzó la leyenda de un vasco, que amó y quiso ser parte de un Magreb convulso y rico en pueblos".

"En su afán por ver y saber, se mimetizaba con el paisaje de Tetuán, Fez o Rabat apostando además por oficios humildes", revela

El documentalista y cronista de guerra Unai Aranzadi evoca al markinarra, incluso buceando en sus estancias en la Torre Bidarte