AQUEL muchacho y aquella joven se conocieron entre el polvo, la sangre, entre las personas y animales muertos en las calles durante el bombardeo fascista contra el inocente Durango de 1937. Su familia lo acota: “Aquella villa fue el escenario de un romance entre bombas. El de nuestra madre y padre”, evocan desde Algorta Guillerma e Igone, hijas de Pablo Uriguen, natural de Durango, y Pepi Rotaetxe, de Bilbao.

El destino -si existe- les dispuso allí. Ambos estaban presentes con un mismo fin humanitario, el único positivo entre tanto desastre. Eran sanitarios. Ella enfermera y él médico dentista. Ambos, miembros en activo del departamento de Inspección General de Sanidad Militar del Gobierno de Euzkadi, dato que aportan desde Euskal Prospekzio Taldea.

El hecho de que tanto la futura madre y padre no hablaran de lo sufrido durante la guerra y el posterior fallecimiento de ambos desdibuja la realidad. Por ello, las piezas del puzzle que completaron Pablo y Pepi tiene más incógnitas que certezas, pero la familia retiene los recuerdos, las anécdotas heredadas y se abrazan a la esperanza de seguir sabiendo más de aquellas interesantes vidas.

Como ejemplo dos sugerentes apuntes a modo de entremés. Uno, el odontólogo fue, más adelante, apresado por los facciosos y obligado a defender armado, algo que detestaba, las posiciones golpistas. En una retirada, Pablo arriesgó su vida y pasó a las líneas republicanas al grito de “¡Soy de los vuestros! ¡No disparéis! ¿No veis que llevo botas nuevas y fusil nuevo?”. Y un segundo apunte, esta vez de ella: la enfermera trabajó como sanitaria en el histórico hospital de Biarritz, aquel hotel-casino llamado La Roseraie, activo entre 1937 y 1940.

Pero no avancemos tan rápido. Rebobinemos al lugar de partida, al callejero de Durango mientras lo bombardeaban los pilotos italianos del dictador Mussolini el 31 de marzo de 1937. Pablo Uriguen Retes, de 27 años, era el penúltimo de 14 hermanos nacidos en el corazón de la villa vizcaina, en Andra Maria kalea 1, donde la familia atendía el comercio Tejidos Uriguen. Al menos, uno de ellos, Antonio Uriguen, fue “miliciano”, según información aportada por el Archivo Municipal de Durango.

Pablo había estudiado Odontología en ciudades españolas y había regresado a casa. Con el golpe de Estado decidió alistarse voluntario a la unidad de Inspección General de Sanidad Militar del Gobierno de Euzkadi.

Pepi, por su parte, tenía 21 años y una hermana gemela, Lola. Ambas habían estudiado Enfermería y servían al Euzkadiko Gudarostea. Siempre según versión de la familia, Pablo conoció primero a Lola. “¡Eran idénticas!”, enfatizan Guiller e Igone. “Un día al ir a Bilbao, Pablo pasó a saludar a Lola y cuando bajaron las dos juntas pensó que veía doble”, agregan.

Durante el trágico bombardeo de hace 83 años coincidieron Pablo y Pepi, a quien le había tocado trabajar en Durango. “Por eso decimos que ese romance empezó entre bombas”, asienten, y van más allá: “Cuando años más tarde le preguntábamos con quien se había casado, él contestaba que con la que quiso casarse con él”, bromeaba.

Otra graciosa anécdota que han heredado de aquellos días que Durango perdió a más de 330 personas, el 5% de su población, está relacionada con que Pablo tenía un perro galgo. “Mi padre decía que el perro notaba que iba a pasar algo y reaccionaba antes incluso de que sonaran las sirenas y mi madre respondía que aún así, ella le ganaba al galgo en llegar al refugio”.

Las hijas de Pepi conservan la idea de que la sanitaria se encargó de limpiar a un cura muerto mientras daba misa para que fuera fotografiado por un gudari, caso de José Mari Anzola Antzola que estuvo allí. Podrían hacer referencia al sacerdote asturiano Carlos Morilla asesinado en Santa María o a Rafael Billalabeitia, en San José Jesuitak. “Eso es lo que nos contaron...”, aportan.

En aquellos días, la madre de las gemelas, enferma, logró exiliarse en el barco Habana junto a las gemelas Lola y Pepi y su tercer hija Juanita. Llegaron a la Bretaña francesa. Trabajaron recolectando guisantes. Cuando la madre mejoró de salud regresó con Lola a Bilbao y, por otro lado, Pepi y Juanita se quedaron en Biarritz. El Gobierno vasco había habilitado el hotel-casino de La Roseraie como centro hospitalario y refugio para los civiles exiliados. Allí ejercía su labor la superviviente del bombardeo de Durango.

Pablo entretanto continuaba en el frente. Hay constancia por sus nóminas que en octubre de 1936 estuvo en Elgeta. Cobraba 20 pesetas al día. Fue apresado y puesto como parapeto ante sus compañeros republicanos. En una ocasión, ordenada retirada franquista, el durangués avanzó corriendo y cruzó de nuevo al lado demócrata. Pasó la muga por Catalunya. Permaneció un tiempo en un campo de refugiados en Sete. Gracias a la intermediación de Eduardo Díaz de Mendibil Rotaetxe (amigo del lehendakari Aguirre) lograron sacarlo del campo.

A los pocos días, se casaron en Biarritz, el 15 de mayo de 1939, siendo padrino de boda el propio Díaz Mendibil. Con un pasaporte expedido por el Gobierno vasco en el exilio de Baiona partieron a Venezuela como “viaje de novios”.

Su llegada a Caracas no fue fácil, Pepi consiguió trabajo en un hospital de niños y Pablo de mecánico dental. “Entre los dos no ganaban lo suficiente para pagar la pensión, pero los venezolanos, gente cariñosa, les ayudaron mucho a todos los que llegaron”.

Y llegó la descendencia: Amaya, Maite, Igone, Pablo -que murió con solo tres años-, y Guiller. “Con un hijo más en camino, volvimos a Euskadi. Xabier nació en Bilbao. Mientras tanto, aita viajaba a Mérida, Venezuela, para hacer la reválida y poder ejercer de odontólogo, donde se convirtió en el dentista de muchos vascos”. La familia acabó reuniéndose en Algorta, donde aún hoy quedan los recuerdos, las cuitas de aquel bombardeo que les unió.