Durango - Con tan solo cuatro años vio las llamas que provocaron los aviones nazis en Gernika y nunca se le apagaron en su memoria. Con 87 años, falleció el lunes tras una vida plena de recuerdos. Se llamaba Jon Onaindia Elorriaga. Era natural de Markina e hijo adoptivo de aquellos municipios en los que se entregó a la sociedad desde su rol de sacerdote en Los Ríos (Ecuador), Durango o Iurreta. Su vida da para un libro (o dos), pero esa posible biografía siempre ha perdurado bajo la alargada sombra de su tío, también presbítero diocesano, el histórico Alberto Onaindia.
Durante las amenas charlas que los periodistas compartían con el finado, en ocasiones, Jon prefería callar. Sabía custodiar los silencios. Podría haber contado datos más importantes, pero por respetar a otros familiares que optan la discreción, él hablaba hasta donde estimaba necesario. Él compartía con su tío Alberto un mensaje social del clero. Así lo hacía saber: “Del tío destacaría que su idea madre era la dignidad de la persona humana. La libertad, el respeto a la opinión del otro sin juzgar”, manifestaba e iba más allá: “Para mí es fundamental. Yo nunca, jamás, juzgo a una persona. Puedo decir que has hecho algo que no me ha gustado, pero no te diré: eres un sinvergüenza”. Jon siempre conoció a su tío en casa, en la que tras exiliarse convivían en Azkaine (Lapurdi). Políticos de toda clase acudían a su mesa, incluidos, aunque sorprenda, Santiago Carrillo y Manuel Fraga. “Vivíamos a diario rodeados de los Leizaola, Julio Jauregi, Manuel Irujo? Todos. Nos educamos entre ellos”, declaraba.
Jon guardaba el recuerdo de la entrada de los militares golpistas hacia Bizkaia. Su tío Celestino, también cura, estaba en Elgoibar. El frente se paró en Kalamua. Su familia vivía en Markina. Un día que volvía del cementerio, los requetés detuvieron a Celestino y apresaron en la cárcel donostiarra de Ondarreta. Una semana después le fusilaron en Hernani. Estaba en un osario, fosa común. Un sacerdote lo metió al panteón de los curas. Fue el 28 octubre del 36. La familia pasó a Iparralde en mayo de 1937. Y ahora llega lo curioso: “Un día de 1983, fuimos el tío Domingo, el tío Alberto, la tía Carmen y yo a Covadonga. A Domingo le gustaba saludar a los curas y habló con uno de allí. ¿De dónde eres?, le pregunta a mi hermano. Vizcaino. ¿Vizcaino? Tengo una cosa grabada en el corazón. Yo fui capellán de requetés en Elgoibar, y me trajeron un sacerdote para fusilar, en el momento y allí mismo. Yo dije que delante mío no se fusila a nadie. Llévenlo detenido, les dije. Y yo cuántas veces me pregunté, qué sería de él? ¿Dónde estuvo? Y mi tío le dice: no le conocía usted, era mi hermano. Seguido le preguntó: ¿Salió de la cárcel? No, le fusilaron. ¿Le fusilaron? Al día siguiente nos llamó a los cuatro y pidió perdón por su acto de cobardía”.
Otra curiosidad que Jon narraba era que su tío Alberto fue profesor en Saturraran años antes que el inmueble se convirtiera en cárcel. “Muy pocos años, pero no habló nunca de la cárcel. Si nosotros nos hemos enterado después que hubo cárcel... Eso sí, era el mismo edificio”, confirmaba quien se sentía “cura misionero” que pasó por Gizaburuaga, Berriz, Los Ríos (Ecuador), Gadakao, en Durango y, sobre todo, en Iurreta, más de dos décadas. Pero se emocionaba al hablar de su estancia en Iparralde. “Sí, me emociono. Yo hice la primaria allí en francés y luego empecé a venir al Seminario. De los 11 a los 16 años pasaba con mugalari a Lesaka, Bera de Bidasoa. Cogía el tren en Irun y venía a casa. ¡Es mi vida! Y cuando voy aún digo que voy a mi pueblo”.
nacido en Markina Su pueblo de nacimiento fue Markina. Jon resumía en pocas frases su miedo pasado de niño. “Mira, de Markina nos fuimos y estábamos refugiados en Aulestia porque ama estaba embarazada. El tío Domingo vino hasta el refugio y nos dijo: marcharos porque han roto el frente en Kalamua. Yo solo tenía cuatro años y lo tengo grabado aquí (señalaba su frente). Cruzamos la plaza en diagonal, de noche huyendo en coche de Lekeitio a Las Arenas por Ajangiz recuerdo que me dijeron: Beittu! Beittu! Sue, sue, sue! Y vi Gernika en llamas. No se me olvidará nunca. En Las Arenas subimos al barco Habana hacia Francia. Subieron a la nave, su madre, abuela, una tía y cuatro hermanos. El quinto nació al otro lado de la muga”. Jon se veía a sí mismo muy tranquilo, “pero también de meterme en follones”. Y lo detallaba: “En 1973, hablé en el sermón sobre las libertades y dije que en España no había libertades sindicales ni políticas. Los municipales grabaron lo que dije y el alcalde me denunció. Me llegó una multa de 50.000 pesetas de las de entonces”. Al negarse a pagar sufrió claustro permanente de un mes en los trinitarios de Algorta.
Tras una vida tan plena, ¿de dónde se sentiría, Jon? “Yo soy herrikoia, me explico: yo, en la iglesia soy sacerdote y en la calle uno más”. Quien le conoció bien fue el historiador iurretarra Jon Irazabal, quien guarda bonito recuerdo sobre él. “Era cercano a toda la gente sin distinciones, pero también era conocedor del pasado histórico de su patria y eso lo mostraba en su andar diario por una tierra a la que amó profundamente”.
El alcalde de la anteiglesia, el jeltzale Iñaki Totorikaguena, aporta una visión más: “Jon era una persona muy querida por todos y todas en Iurreta. Hacía de la cercanía con la gente su mayor virtud, independientemente de las convicciones de cada uno. En eso también era muy respetuoso y dialogante. Además hacía gala de un sentido del humor a prueba de bombas. Una gran persona realmente”.