cuando se pasea por Begoña, Santutxu, Uribarri o Bolueta, además de bloques y bloques de casas, con algún parque como el de Txurdinaga o la campa de Echevarría, se puede pensar que forman una mera aglomeración de edificios residenciales, y aunque algunas cosas den pistas de que en el pasado no fue así (como la chimenea de Echevarría), resulta difícil imaginar cómo fueron esos barrios en el pasado.

En un lejano día de mayo de 1841, hace 175 años, unos personajes enlevitados, procedentes del cercano Bilbao, llegaron junto al Puente Nuevo, en Bolueta, y entre las ruinas de dos molinos y otras tantas ferrerías, en compañía de varios labradores que cultivaban las huertas cercanas, comenzaron a remover montones de tierra o a arrancar hierbas. Posiblemente hizo un buen día, típico de primavera con algo de fresco, pero el río discurría alto por las recientes lluvias. Ese fue el momento en que comenzó la industrialización del País Vasco.

En 1878, en otro lugar de la anteiglesia de Begoña, en el límite con Bilbao tras las ruinas del Palacio Quintana, se levantó un taller de herrería. En ese mismo año se extendió el estanco de tabaco al País Vasco, tras el imposible acuerdo entre Antonio Cánovas del Castillo, jefe del Gobierno, con los representantes de las Diputaciones que habían tratado desde primeros de año acordar la forma de que las provincias de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se amoldaran al concierto económico general de la nación.

Y el lector se preguntará, ¿y qué tienen que ver estos hechos aparentemente inconexos? Pues más de lo que parece, puesto que esos tres impulsos, esos tres momentos, además de otras consecuencias, también implicaron profundos cambios en la vida de la anteiglesia de Begoña que se convirtió en un centro industrial de primera línea antes de que las grandes siderurgias abrazasen el curso de la ría casi en su desembocadura.

En efecto, antes de que en Sestao o en Barakaldo se levantasen los altos hornos, antes de que los barcos se colocasen bajo los cargaderos de mineral de la ría; antes de que el ferrocarril uniese Bilbao con la línea de Madrid, Begoña era, a pesar de su fama y tradición de lugar tranquilo y cuajado de huertas y manzanales, txakolis (no por casualidad los begoñeses eran conocidos como mahatsorris) y tabernas (como las Parras de Bolueta), el centro de la industria de Bizkaia.

Cuesta creerlo pero, en efecto, la primera fábrica moderna del País Vasco, la que contó con los primeros altos hornos del País Vasco y los segundos del Estado, se localizó en la anteiglesia de Begoña, en Bolueta, junto al Puente Nuevo.

Primeros altos hornos Fruto de la iniciativa de importantes comerciantes y financieros del momento como Pablo y Tomás José de Epalza, Romualdo Arellano, Pedro Mazas o Pascual Olábarri que se decidieron a instalar en 1841 una moderna fábrica para tirar hierros aprovechado una presa y un espacio antes ocupado por hornos y ferrerías. Luego, en 1848, se hicieron con unas minas al otro lado del río, en Ollargan, e instalaron los primeros altos hornos del país. Desde su cabecera siderúrgica también laminó, forjó y fundió infinidad de piezas de hierro con destino a los más variados objetos y clientes: fuentes (como las del Arenal), vigas (como las del Arriaga o la Sociedad Filarmónica), puentes (como el del Arenal, cuyas piezas todavía están en uso en el puente sobre el Udondo), cubre fuegos (conservados en el Museo Vasco), herraduras, clavos, etc. En 1897 amplió su producción a la electricidad, inicialmente con el objeto de surtir sus instalaciones pero que pronto también destinó, en su sobrante, a la cercana clientela particular de Begoña y Bilbao. En 1925 había cerrado sus altos hornos y en la búsqueda de nuevos negocios, en 1927 comenzó la forma de bolas de hierro para moler minerales y cemento. Dos años después formó una filial, Fundición Bolueta, dedicada, sobre todo, a la fundición de cilindros de laminación templados con colaboración técnica belga.

A mediados de los años sesenta del siglo XX amplió las naves de Fundición y derribó varias de las viviendas que durante más de cien años habían albergado a generaciones de obreros de la fábrica. Además, entre el Puente Nuevo y el puente del ferrocarril de Azbarren, instaló una nueva fábrica de bolas forjadas. En 2005 se derribaron las viejas naves de Fundición y ocho años más tarde se hizo lo propio con la fábrica de bolas, trasladada a Trapagaran. Sin embargo, en 2013, se volvieron a activar los talleres que tenía en Bolueta en donde se siguen fabricando piezas de precisión.

Echevarría En otro extremo de la anteiglesia, cercano a donde estuvo el convento de San Agustín, en 1878, Federico Echevarría, junto con su padre, José Echevarría Azcoaga, y su hermano menor, José, compró el caserío Rekalde y sus terrenos, situados en un desnivel próximo a la Basílica de Begoña; y tras vender la parte más baja de dichos terrenos a la Fábrica Municipal de Gas y adquirir otros colindantes (propiedad de su cuñado Juan de Zuricalday y otros familiares de su esposa, y de Eduardo Victoria de Lecea), la familia inició la construcción de un modesto taller de laminación y estampación de hojalata, ampliado después para la fabricación de calderería y baños galvanizados.

Hacia 1885, Federico y José Echevarría Rotaeche, asociados en la compañía Echevarría Hermanos, se hicieron cargo de los negocios industriales de su padre (que falleció en 1896). Pero muy pronto, Federico Echevarría emprendería nuevos proyectos. Así, junto con Juan de Zuricalday, compró, en nombre de Echevarría Hermanos, nuevos terrenos y, tras una ampliación de la fábrica de Rekalde, comenzaría en 1886 la fabricación mecánica de clavos de herrar, que comercializaría a todo el mundo. En 1894, como propietario de la fábrica de Rekalde, suscribió con Frederick Siemens el contrato de colaboración técnica que le permitió instalar el primer horno de acero Siemens montado en España, además de varios trenes de laminación. Desde el núcleo original de la fábrica fue ampliando sus terrenos hasta llegar hasta el límite del Cementerio de Mallona. En los tiempos de a Primera Guerra Mundial patentó los aceros HEVA, primeros aceros especiales del Estado.

Tabaco de Santutxu La otra iniciativa industrial con escenario en Begoña, como fue la fábrica de tabacos de Santutxu, también datada en 1878, tuvo un origen diferente. En este caso fue por iniciativa de la Diputación de Bizkaia que, ante la negativa de Cánovas del Castillo a mantener la franquicia del tabaco como hasta entonces y su empeño en establecer el estanco de tabaco en el País Vasco, ofreció la Casa de las Recogidas de Begoña, construida a primeros de siglo para acoger a chicas jóvenes solas y sin medios, en muchos casos prostitutas e inmigrantes sin recursos, para instalar una fábrica de tabacos. Así se podría dar trabajo a parte, por lo menos, de los trabajadores que hasta entonces se habían dedicado a este sector. Era una forma de dar trabajo a personas que sin esa opción se hubieran quedado directamente en el paro. La fábrica funcionó hasta 1936 y en la posguerra fue derribada para construir viviendas, las casas de Párroco Unceta, o de la tabacalera de Santutxu.

Por contraste con las fábricas dedicadas al hierro, en esta la mano de obra era mayoritariamente femenina y como en los otros dos casos vecinas del barrio de Santutxu. En esta fábrica fue donde se hicieron las primeras pruebas de fabricación de los puros Farias en 1889.

No hay que perder de vista que cuando hablamos de fábricas estamos hablando de personas que trabajaban en esas fábricas, por lo que en una época en que el transporte público era inexistente, la única forma de contar con mano de obra cercana era directamente que viviese junto, cuando no en, la fábrica. Así, la casa de los ochandianeses o casa nueva, junto con las casas recientemente derribadas en Bolueta, eran viviendas destinadas a alojar a los obreros y sus familiares, a veces por cuenta de la empresa, como las casas de Iturrigaldu, por ejemplo, en Bolueta, y en otros por medio de cooperativas, como las casas de la Unión Begoñesa, junto a la Campa del Muerto, muchos de cuyos promotores eran precisamente empleados de Santa Ana de Bolueta y que tuvieron una sucursal junto a la fábrica desde febrero de 1935, que también ha sido recientemente derribada.

Chimeneas ¿Qué nos queda de todo esto? Pues además de ciertos recuerdos de personas cada vez más mayores, que todavía usan el término casas de la tabacalera, se han conservado dos chimeneas, una en el parque de Echevarría y la vieja chimenea de la Electra de Bolueta, levantada en 1897, y junto al Puente Nuevo una minicentral eléctrica, nueva en todo caso, pero que aprovecha para la producción eléctrica el salto de agua que dio vida al barrio de Bolueta durante siglos, que todavía se conserva, río arriba, reformada hace tres lustros, y que incluso cuenta con unos escalones para que los salmones, llegado el caso, puedan subir por el río.

Cuando el lector vea hoy mismo los solares desventrados junto al Puente Nuevo, con sus grúas que levantan una de las últimas barriadas de Bilbao, puede hacer un ejercicio de imaginación. Junto a la chimenea de la Electra puede imaginarse a Romualdo Arellano con su chistera, removiendo terrones de tierra en lo que fue el comienzo de la industrialización. Sin ese simple gesto, y todo lo que trajo consigo, todo lo que le rodea no habría sido igual.