Bilbao- El prestigioso jurista Antonio Garrigues Walker charló ayer en Bilbao en un acto organizado por el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco (TSJPV) por su 25 aniversario. Presidente del mayor despacho de abogados de Europa, político en la Transición con el extinto Partido Demócrata Liberal (PDL) y dotado de un extenso currículum académico, su trayectoria es un aval a la hora de repasar la actualidad.
Ha charlado sobre crisis y justicia.
-En una crisis global como esta, la justicia está sufriendo, como todos los estamentos de la sociedad. El problema está en que es precisamente ahora cuando la justicia tiene que cumplir un papel más completo. Hay críticas, pero creo que es un estamento muy digno. Aun así, todos debemos hacer una reflexión.
¿La política debería hacerlo?
-Debe revisar su protagonismo en la sociedad. Nadie duda de que ha sufrido un descenso vertiginoso en su credibilidad, pero no podemos estar descalificándola permanentemente. Debe dar un giro para recuperar cercanía al ciudadano.
Participó activamente en la política de la Transición. ¿La democracia se ha consolidado o aún falta fortalecerla?
-No tengo ningún miedo a que perdamos ese valor, que creo consolidado. El país se ha enriquecido democráticamente y sociológicamente de una manera admirable, y eso lo mantenemos. ¿Que tenemos problemas? Sí. ¿Que son serios? Lo son. España no es el mejor país del mundo; tampoco el peor. Pero tras el esfuerzo que ha hecho la ciudadanía en la crisis, por ejemplo, estamos en una mejor posición que la gran mayoría de países europeos para vivir un periodo de crecimiento más intenso y sostenido. La imagen de España ha cambiado.
En la Transición se sentaron las bases de la estructura del Estado. ¿Cómo las ve hoy en día?
-Tiene problemas, lo cual no le quita ningún mérito a la Constitución. Nos ha permitido convivir en paz mucho tiempo. Las constituciones tan solo pueden cambiarse en un clima de consenso y abrir el melón de la Constitución sin el menor consenso y en un estado de tirantez permanente sería peligroso.
¿Podría darse un cambio de calado?
-Las constituciones se pueden modificar pero hay que hacerlo con prudencia y sosiego. Si es necesario cambiarla, habrá que cambiarla, pero no participo de la gente que intenta denigrarla, porque creo que fue una herramienta que obtuvo un grado de consenso admirable.
Catalunya lleva años demandando un nuevo Estatut y ahora incluso se plantea romper con el Estado.
-Se ha establecido un diálogo muy pobre y de máximos: blanco o negro, todo o nada. Hace falta diálogo y lo va a haber. El tema del modelo territorial y el tema catalán se resolverán de forma pacífica y democrática. La posibilidad de que haya una declaración unilateral de independencia es, en mi opinión, mínima. Lo que critico, sobre todo, es que de vez en cuando la política piense que la ciudadanía carece de inteligencia. La sociedad catalana no tiene nada de aventurera ni loca; es responsable.
Pero es un territorio histórico que tiene su propia identidad.
-Admiro y envidio la pasión identitaria que hay en Cataluña, igual que en el País Vasco. Lo primero que hay que asumir y entender es que existe esa pasión identitaria. No podemos olvidarlo ni negarlo; es una realidad.
Por lo tanto, ¿resultaría necesario volver a tender puentes al diálogo?
-Tenemos que aceptar que los problemas de los planteamientos nacionalistas nunca se acaban de resolver del todo, siempre permanecen, y vienen de décadas atrás. En cambio podemos establecer fórmulas de convivencia, como la Constitución. Ahora tendremos que buscar una solución que nos permita seguir viviendo de una manera razonable. E insisto, la negociación y el diálogo es vital.
En Euskadi también se busca actualizar el autogobierno. ¿Qué opina del proceso abierto?
-Ni me inquieta ni me preocupa, me parece lógico. Insisto, a los nacionalismos hay que mirarlos con simpatía e inteligencia. Creo que el arreglo autonómico español, al margen del café para todos, ha sido positivo para todas las comunidades. Aspiran a tener un autogobierno, lo cual es lógico y perfectamente comprensible.
¿Se podría buscar un encaje a estas peticiones en la Constitución?
-Lo que sí creo es que abrir un cambio constitucional en un clima de tirantez y de tensiones tremendas es ignorar los riesgos mínimos.
Justicia y política se dan la mano en un asunto que estos últimos años ha explotado: la corrupción.
-Comprendo que la ciudadanía esté escandalizada de una corrupción que, además, están tardando demasiado tiempo en resolverse aunque haya jueces que estén haciendo una tarea maravillosa con unos medios muy limitados. En un 85% o 90% de los casos, juzgamos ahora la corrupción de la época de la borrachera económica. Lo positivo es que la acción judicial no permite que la corrupción conlleve la impunidad.