hOY elevo al titular la cita de algún célebre con la que suelo terminar las reflexiones sobre política que leen cada dos sábados. En esta ocasión, la frase corresponde a un guionista anónimo y atinado que puso en boca de Homer Simpson -el de The Simpsons, sí- el corolario a esta crisis estructural que ya dura cinco años: "Todos menos yo tenéis la culpa". Porque, por desgracia, se ha impuesto ese relato de exonerar de responsabilidades a la ciudadanía y señalar como culpables de todos los males a banqueros, políticos, funcionarios, trabajadores de empresas públicas, chóferes de coches oficiales? como si no fueran parte de la misma ciudadanía.

De este modo, economistas que luego te anuncian vehículos y compiladores de soflamas de izquierdas, han sido encumbrados a la categoría de gurús porque la moraleja de sus textos era bien sencilla: "Tranquilo querido lector que te compras mi libro, que ni tú ni yo tenemos la culpa de este sistema capitalista". Se lo diré de otra manera: de la enorme tragedia de Bangladesh todos somos culpables salvo aquellas personas que hayan tenido un cuidado exquisito a la hora de elegir su vestuario y lo hayan hecho basándose en la trazabilidad de sus chaquetas, camisas, camisetas o zapatillas.

Si señalásemos a un empresario textil que solo piensa en los beneficios, a un intermediario al que luego se le descubren otros chanchullos, y a un encargado bangladeshí y latiguero, como los únicos responsables de las más de 500 muertes que se llevan contabilizadas, nos estaríamos haciendo trampas al solitario. Cada vez que hemos adquirido una prenda a bajo precio fabricada en Oriente, hemos dado un paso hacia este desastre. Es duro reconocerlo, pero más duro es para las familias identificar cadáveres aplastados bajo las ruinas de talleres de costura más que precarios.

Del mismo modo, el precio de nuestras actuales hipotecas se ha basado en que no existía la figura de la dación en pago, tampoco preguntamos por ella cuando las firmamos, ¿o sí? No digo que hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, porque es evidente que la mayoría no lo hemos hecho. Pero no es menos cierto que hemos vivido sin pensar en las posibilidades de los demás, en las consecuencias sociales de nuestros actos y nuestro consumo, tanto en Bangladesh como en el cinturón industrial de nuestro municipio.

Podía haber escrito cinco párrafos atrás que no se preocupe, querido lector, que usted no tiene la culpa ni de la crisis ni del accidente en Bangladesh, e igual incluso le hubiera resultado más reconfortante mi relato y mi persona más simpática, pero no le quepa duda: llevaría cinco párrafos mintiéndole.