bilbao. Hacía meses que no telefoneábamos al bueno, cordial y atento de Rafa Barrutia. Esta vez sonó nuestro móvil con la más triste de las noticias. Apesadumbra pensar que falleció el pasado 15 de enero. Él fue un mal o bien denominado niño de la guerra, como fueron llamados a aquellos mozalbetes y jovencitas que durante la Guerra Civil a edad muy temprana fueron evacuados a otros países que en esos momentos vivían en paz. Eran niños de paz, mientras que en Euskadi se quedaban los verdaderos niños (y niñas) de la guerra. Otra cosa fue cuando aquellos países también entraron en guerra o hubo problemas para retornar al hogar. "A mí me nacieron el 12 de mayo de 1924", recalcaba Barrutia con un inagotable humor txirene gestado, como él, en el mismo Atxuri de Bilbao. Llegaría a ser secretario del consulado de Argentina en Bilbao.

Con doce primaveras, junto a su hermano y hermana, Rafa fue uno de los niños desplazados al Reino Unido en el ya mítico barco Habana. El año pasado, el vizcaino vivió ilusionado los actos organizados en todo el mundo en relación con las evacuaciones, aunque por salud debió hacerlo desde la bilbaina plaza del Sagrado Corazón. Su mayor sueño hubiera sido haber viajado de nuevo a Gran Bretaña, con sus aún intactos ojos de niño y los recuerdos de la preguerra, guerra y posguerra.

De todo ello consiguió redactar sus memorias con fotos de la época y las convirtió en libro como pudo. Una copia la hizo llegar a la Fundación Sabino Arana. Nos lo comentaba por teléfono meses atrás todo orgulloso: "Le he dicho a Juan Mari Atutxa que hay que hacer algo con ello?".

Rafael Barrutia Calera fue el benjamín de seis hermanos. "Mi tío me decía que yo fui nacido en Atxuri, mamado en Deusto y remamado en Arratia", en referencia a que pasaban los veranos en el balneario de Areatza para mejorar la salud de su madre, "con el agua sulfídrica y mal llamada sulfurosa. Así que la que yo llamo Guerra Incivil me cogió allí", agregaba quien fuera nieto del administrador de El Noticiario Bilbaino. "Mi abuelo era muy recto. Vino a mi boda y no se quedó a comer porque quería ir al periódico", relataba.

El horror El bilbaino recuerda el bombardeo de Areatza que él sitúa el 2 de abril de 1937. "Mi tío nos dijo que saliéramos de las casas y mi perro Kixki y yo nos fuimos. Cayeron siete bombas y no veíamos nada. Mordí algo, como nos había dicho mi tío Rafa, para conservar los tímpanos. Pasé un miedo espantoso. Al anochecer volví. Había un gentío bárbaro. Una bomba había matado a la hija del farmacéutico".

Luego llegó Gernika, "antes el bombardeo de Durango", matizaba. "¿Cómo es posible que una institución católica bombardeara Gernika de forma tan horrorosa?", urgía a la reflexión. Entonces se comenzó a hablar de que el Gobierno vasco quería evacuar a las niñas y niños a otros países. "Mi padre era nacionalista y gracias al PNV conseguimos plaza. Antes tuvimos que pasar el control médico de los doctores ingleses Ellis y Rasoll. Los chicos, con el hombre y las chicas, con la mujer", matizaba.

Mientras otros chavales lloraban por la separación, los tres hermanos Barrutia daban saltos de alegría. "Ir a Inglaterra era de aúpa. Mi hermano Wenceslao jugaba al fútbol y estaba encantado. Le habían regalado unas botas de fútbol y repetía que no se tenía que olvidar de ellas". Junto con Conchita, les tocó el grupo de la letra S.

Zarparon de Santurtzi el 21 de mayo de 1937, aunque "yo juraría -repetía con nervio siempre- que fue el 17 de mayo". Aquel día "no llovió ni vinieron aviones". Les despidió su padre. "No hubo dramas en nuestro caso". Eso sí, "los pasteles de la noche anterior, los vomitamos rápido". Llegaron a Southampton en dos jornadas. Allí dividieron a los basque children en colonias. Todos los recuerdos de aquella experiencia fueron "positivos" para Rafael, aunque una noche la pasaron entera andando e, incluso, les dijeron erróneamente que "habían fusilado a mi padre. Yo le escribí una carta casi en clave", explicaba quien "muy agradecido" a los británicos.

El regreso lo realizaron en tren por Francia. "La vuelta fue un sufrimiento. Al llegar a la frontera y ver la bandera española... ¿Con qué ganas íbamos a entrar? ¡Con miedo! Tras andar en el Topo de Donostia, al llegar a Bilbao, mi abuelo fue a recogernos, todo serio. Dijo que el abrazo nos lo daríamos en casa. El perro, sin embargo, me quería comer tras reconocerme. Ya diría: ¿Dónde has estado estos dos años?", evocaba.