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De la cruz de Lemoiz al resurgimiento de Iberduero

De la cruz de Lemoiz al resurgimiento de IberdueroDEIA

Bilbao. En el mundo energético de hoy día sería difícil entender lo que es Iberdrola sin valorar la labor de Manuel Gómez de Pablos, su presidente de honor, fallecido el miércoles en Madrid a los 90 años de edad. Porque Manuel Gómez de Pablos fue el presidente de la compañía bilbaina Iberduero, la antecedente de Iberdrola, entre 1981 a 1991, una década especialmente turbulenta para la eléctrica vasca, pues tuvo que capear con un símbolo, tan negativo y doloroso, como fue la central nuclear de Lemoiz.

Manuel Gómez de Pablos nació en 1922 en Donostia, de madre guipuzcoana, pero en realidad era madrileño. Si la patria de uno es su niñez, la de Gómez de Pablos pasó por la capital española, en el barrio de Chamberí. Hijo de ferroviario se educó en el Instituto Escuela, que dependía de la Institución Libre de Enseñanza y ponía en práctica los presupuestos educativos avanzados por uno de sus fundadores, Francisco Giner de los Ríos. Unos principios que la II República intentó llevar a la sociedad española en los años 30.

Tras refugiarse en Barcelona durante la Guerra Civil de 1936, volvió a Madrid para estudiar Ingeniería en la capital, pero no una especialidad cualquiera sino Caminos, Canales y Puertos. Una carrera que en la España de aquellos años otorgaba un status notable, a tono con su dificultad.

estudios y trabajo Gómez de Pablos era una persona trabajadora que compaginaba sus estudios con el trabajo en verano. Y en estos trabajos veraniegos -la construcción de centrales hidroeléctricas en el Sil gallego-, se acercó al sector en el que desarrollaría lo más granado de su carrera profesional: el eléctrico.

A principios de los años cincuenta empezó a trabajar en una empresa histórica, Dragados y Construcciones, y de ahí pasó a una compañía suiza especializada en la impermeabilidad de las presas y con la que trabajó varios años en Venezuela. A la vuelta de Caracas, como experto en presas, Manuel Gómez de Pablos inició las colaboraciones con Iberduero e Hidrola, hoy fusionadas en Iberdrola. Su trayectoria en esa área le permitió llegar a finales de los año 60 a la dirección de Obras Públicas en el MOP.

En enero de 1978 recibió la oferta de Iberduero -presidida entonces por un ingeniero de la casa, bilbaino de pro, como era Pedro de Areitio- para que ocupara la dirección general en las difíciles circunstancias que atravesaban la empresa en particular y la sociedad española en general, inmersa en la Transición. Posiblemente llegó recomendado por Ángel Galíndez, presidente que fuera del Banco de Vizcaya, accionista de la eléctrica, un ingeniero de Abadiño enamorado de las centrales hidroeléctricas, pero aunque se lo pregunté directamente en cierta ocasión no confirmó que fuera así.

Pero Gómez de Pablos tuvo que afrontar algo más complejo, como fue la decisión del consejo de Iberduero de instalar una central nuclear a unos 30 kilómetros de Bilbao, en la costa vizcaina de Lemoiz. A la contestación social propia de la época se le sumó el hecho de que ETA puso en su punto de mira una instalación que para la eléctrica vasca era una central energética más -Garoña ya funcionaba- pero que se iba a convertir en el símbolo sangriento de una época.

Gómez de Pablos recordaba que su llegada a la compañía fue saludada con una batería de pequeños atentados en varias subestaciones de Iberduero.

El ingeniero de Caminos captó de primera mano los problemas para construir Lemoiz y le transmitió al presidente que "la central no puede hacerse por la oposición política y porque un lugar donde trabajan 3.000 personas es incontrolable".

La tensión en el seno de la eléctrica por el tema fue muy dura y Gómez de Pablos jugó un gran papel para cohesionar a una empresa desbordada por una situación que trascendía de su trabajo técnico. En 1981 accedió a la presidencia de la compañía, con la difícil encomienda de solucionar el problema de Lemoiz y elevar la moral de una plantilla, que sufriría lo indecible con los asesinatos de compañeros como los ingenieros José María Ryan y Ángel Pascual.

Cierre de Lemoiz y deuda Al final, en Iberduero se llegó a la conclusión de que finalizar Lemoiz y hacerla operativa era inviable en el contexto de la Euskadi de los primeros años 80. El problema era que la eléctrica vasca había enterrado miles de millones de antiguas pesetas en ella y entre unas cosas y otras, atentados de ETA incluidos, se encontraba en una situación financiera muy delicada en un país con toda su industria pesada en crisis. Algo que poco a poco pudo enderezarse gracias a la labor de Gómez de Pablos para convencer a los inversores, pues realizó más de uno de lo que hoy sería un road show, al acercarse a Felipe González, el líder del PSOE con el que mantuvo una buena relación -al igual que con Ardanza o Mario Fernández, según confesaría más de una vez-, que ganaría las elecciones en 1982 y daría un giro notable con la famosa moratoria al tema de las centrales nucleares en construcción.

Luego, en 1985, el tema se encauzó al pactar con Carlos Solchaga un marco legal estable para el sector eléctrico que permitió una seguridad para las inversiones energéticas en unos tiempos en que el cambio peseta-dólar por el tema de la elevada deuda exterior de la compañía era la principal preocupación.

Padre de familia numerosa, profesional discreto y distante, Gómez de Pablos no era socialista pero mostró una tolerancia y una mano izquierda notable que permitió a Iberduero salir de una época dura como pocas. La fusión del Bilbao y el Vizcaya, los dos grandes accionistas, propiciaría la creación de Iberdrola, la suma de Iberduero e Hidrola, y Gómez de Pablos pasó a ocupar una merecida presidencia de honor.