Bilbao. Ya en su treintena, Jose Mari inspiraba respeto, y un poco de miedo también. Jose Mari Benito del Valle, Zabala, fue un viejo tempranero, por aspecto y por fondo, que se quedó igual hasta ahora que se ha muerto. Me parece que estaba más encorvado en su cuarentena -¡ah, la columna vertebral!- que la última vez que le vi hace un par de años, asomando ya a los ochenta. José María Benito del Valle Larrinaga nació en una familia acomodada de entre Bilbao y Neguri, se hizo ingeniero industrial, dirigió una empresa de 500 obreros, antes de irse a vivir a la avenue Victor Hugo de Biarritz, justo al lado de donde trataron de matar del todo a Tomás Pérez Revilla, justo en frente de donde le reventó a Cherid la bomba que había preparado contra refugiados vascos.
Jose Mari tenía gruesas gafas de empollón desde siempre, creo yo, y un inquietante carraspeo con el que se tomaba tiempo para pensar o para preparar lo que quería decir, en euskera. Txillar, que junto a Jose Mari y Julen K. fueron los padres definitivos de aquella criatura que se llamó ETA, tuvo siempre una facilidad para los idiomas que Bonito del Baile, como le llamaban los hijos de Sabin Uribe, no tuvo, lo que nunca le impidió dirigirse en euskera a todo el mundo que lo sabía o debió saberlo, ni trabajar en su profesión en París, cuando la Administración francesa lo sacó para el norte. Andan escribiendo por ahí que Jose Mari se fue a Venezuela mientras Madariaga se iba a Argelia y Txillardegi a Bélgica, pero no es cierto. Jose Mari, con María Ángeles, la compañera a todos los efectos con la que se encontró entre cánticos, bailes, representaciones patrióticas y Xabierpeñas a la vera de San Antón, viajaron de visita a Caracas, donde vivían varias tías de María Ángeles por parte de madre.
María Ángeles es hija de Angulo, un fusilado ilustre de Durango, y de Axun Torrontegi, de las Torrontegi de Bilbao, todas patriotas, todas estupendas. El padre de Jose Mari tuvo el honor, no barato, de ser expulsado del Club Marítimo del Abra por separatista, junto a tres o cuatro más. Solo tres o cuatro más, porque el resto, o protagonizó o participó en el Glorioso Alzamiento o se acomodó en seguida, para beneficio de sus carteras, empresas y otras obras pías. Nunca es tarde para leer a Gregorio Morán, puesto nadie le ha superado a la hora de describir a estos socios y desnudar sus pasiones y miserias. María Ángeles dirigía en aquel Bilbao negro un coro de voces blancas, y por allí andaban también los Robles Arangiz, los hermanos Arrarte, los Gallatesgi, los Gereño... y no muchos más.
El Jose Mari que conocí más tenía un taller en Hasparne, vivía en Miarritze en la planta baja de una casa de estilo burgués, y se daba a desentrañar el socialismo autogestionario y federativo, bajo la firma de Zabala. En ese tiempo, entre el año 63 y el 66 del siglo pasado, José Luis Álvarez Enparanza, Txillar, fecundo escritor, se confesaba socialista, socialista humanista, que es lo que siempre ha sido y ha dicho. A Julen Madariaga, que era el más activista de los tres, que fue nombrado a finales del 63 Buruzagi, porque era el que pasaba al otro lado, no le había dado todavía por proclamarse marxista-leninista, que era lo que decían ser los compañeros que encontró cuando aterrizó en la Argelia de Ben Bella. Jose Mari estudiaba a Tito y su Yugoslavia, y seguía la pista del cooperativismo.
cristiano y católico crítico En ese tiempo, aunque Silverio de Zabala, capellán del Centro Vasco de Caracas, ya había escrito su Alerta Euzkadi, dando por supuesto que los dirigentes de ETA eran todos marxistas activos o en potencia, además de otros pecados, José Mari y familia iban religiosamente a misa y comulgaban -seguramente ha muerto cristiano y católico crítico-, además de recibir a unos cuantos jesuitas chez lui, que luego tendrían mucho protagonismo en la política y el sindicalismo vasco, para hablar de Teilhard de Chardin. Alguna vez, alguno de los que andábamos entonces a caballo de los Pirineos fuimos invitados a participar de aquellas reflexiones que nos sonaban a chino, y no porque el jesuita científico se descubriera a sí y sus antepasados por aquellas tierras.
Luego, Jose Mari, Txillardegi y Xabier Imaz se fueron de ETA porque, ahora sí, la dirección (de turno) de ETA era o se decía marxista-leninista, haciendo imposible la ETA de tendencias con la que ellos hubieran convivido. Se fueron, y fundaron Branka, una revista de pensamiento que tenía dirección oficial en Argentina, aprovechando la siempre buena disposición de Ezkerro. Nunca reingresaron en ETA, pero siempre anduvieron por allí, cerca, ayudando, criticando, colaborando, enfadándose. Siempre abertzales, siempre euskaltzales, siempre críticos con el PNV, al que conocieron temprano, con el que mantuvieron a pesar de todo lazos cuasi familiares, siempre como si esperaran que volviera por sus fueros. Gracias a Irujo, que lo guardaba todo, sabemos que mantuvo una relación estrecha con los hermanos Benito del Valle, una relación difícil con Jose Mari, que siempre quería más del PNV. Gracias a los papeles de Irujo sabemos que Michel Labeguerie, con el que empezaron amigos, terminó detestando especialmente a Jose Mari, a quien tenía por el verdadero jefe de aquella reducida banda. Conocido es también que José Mari se enfrentó al todopoderoso Juanito, a Ajuriaguerra, y que muchos ven en ese enfrentamiento que aquel EGI reforzado por EKIN terminara en una ETA definitivamente alejada y enfrentada al PNV.
Jose Mari, creo que ya lo he dicho, daba un poco de miedo. Se le notaba que era incorruptible, independiente, independentista, extremadamente generoso -¿cuánto dinero de su peculio le costó echar a andar aquello?- , y duro consigo mismo y con los demás. Personalmente, recibí su afecto y solidaridad, siempre junto a María Ángeles en tres momentos difíciles de mi vida, por eso sé que además era una persona sensible y solidaria, detrás de sus gafas y su carraspeo. Nunca me atreví a preguntarle por qué estuvo callado tanto tiempo, hasta su muerte, hace una semana, con todas las cosas que hubiera tenido para decir. Nunca le pregunté, y seguramente hice mal, por qué no ponía a Zabala a escribir, él, que había vivido tan de cerca la historia de los patriotas vascos de las últimas décadas. Estaba en Hendaia, Plage, cuando me enteré de que había fallecido. Seguramente conservaba en Hendaia Ville el apartamento que le permitía vivir Euskadi en todas sus vertientes.