El 6 de mayo de 1841 por la mañana, en los terrenos cercanos al Puente Nuevo, en Bolueta, paseaban un notario, Domingo de Soparda, junto a Joaquín Mazas, Romualdo Arellano, con Ángel Martínez, administrador del conde de Santa Coloma. Este enseñó los terrenos a Mazas y a Arellano, a los que "llevó de la mano" como nuevos propietarios de una gran franja de terreno pegada al río, desde la zona baja de Basarrate hasta Ibarsusi, con el norte lindante con el Camino Real hasta el Puente Nuevo y desde ahí por el camino viejo de Durango. Los nuevos propietarios hicieron diversos actos posesorios (pasearon, arrancaron hierba, extendieron puñados de tierra, etc.). En el mismo acto se convocó a los arrendatarios de los terrenos, puesto que el conde tenía diversas parcelas arrendadas, para que admitieran como nuevos propietarios a Mazas y a Arellano, a los que se comprometieron a pagar las rentas desde ese momento. Firmaron los que sabían y los que no por medio de testigos.

La víspera, también ante el notario, habían comprado el terreno al conde de Santa Coloma. La zona elegida para la venta había sido la de Bolueta, porque "habiéndose destruido hasta los cimientos la ferrería, martinete y sus carboneras, como igualmente el molino de cuatro ruedas que allí existía por uno y otro ejército" durante la Guerra Carlista, el conde no disponía de medios para reponer los daños. Tras diversos contactos entre Martínez y los compradores, y tras consultar con el conde, pactaron un precio de 300.000 reales en metálico.

El día 8 de mayo de 1841, los compradores del terreno y el administrador del conde de Santa Coloma, junto con Pascual de Olábarri, Joaquín Marco, Manuel Saint Supery, Juan Bautista de Maguregui, José Salvador de Lequerica, Tomás José de Epalza, Pablo de Epalza e hijos y Antonio de Ogara, constituyeron la Sociedad Anónima Santa Ana de Bolueta. Por lo tanto, mañana se cumplirán los 170 años de existencia de esta sociedad anónima, siendo, por lo tanto, la más antigua de Bizkaia (si no del País Vasco).

tecnología y éxito Bajo la supervisión de Joaquín Mazas y Romualdo de Arellano, la dirección técnica del ingeniero francés Manuel Saint Supery y la colaboración de otro ingeniero francés -origen de otra conocida saga de empresarios-, Juan Luis Delclaux, en menos de dos años salieron hacia Gipuzkoa las primeras piezas de hierro colado producido en la fábrica. En efecto, estos comerciantes bilbainos compraron los terrenos señalados con el objetivo de constituir una sociedad que fabricase hierros de alta calidad en sus más variadas formas por medio de una nueva fábrica con las más innovadoras técnicas del momento: hornos pudler, trenes de laminación, etc. El objetivo era adquirir lingote de hierro en el país o importarlo de Inglaterra, para luego, en segunda fusión, transformarlo en hierros comerciales para su venta. Como indicamos, eran comerciantes en su mayoría y no conocían los detalles técnicos de la fabricación del hierro, pero sí eran expertos especuladores de los productos terminados. La fábrica tuvo indudable éxito, de forma que a los cinco años de su constitución comenzó a construir, e inauguró en 1848, los primeros altos hornos de carbón vegetal en el País Vasco, por lo que ya no dependía del lingote ajeno, local o británico.

electricidad y cártel Saltemos seis décadas hacia delante. Nos encontramos con un hijo de Joaquín Mazas encargado de lo que ahora llamaríamos gerencia de la empresa, ya muy mayor, con 75 años. Pedro Mazas, que así se llamaba, se quejaba a una accionista, a la altura de 1896, de que la fabricación del hierro, que en Santa Ana se había ido desarrollando con constantes innovaciones desde 1841, estaba pasando por graves problemas. La competencia de las nuevas fábricas (la del Desierto, Altos Hornos de Bilbao o La Vizcaya) dejaba cada vez menos beneficio, de forma que la sociedad solo recibía buenos precios por sus minas de Ollargan, que tenía alquiladas a Víctor Chávarri. La solución a estos problemas vino por dos medios. Por una parte, la más inmediata, fue la ampliación del negocio a la producción eléctrica, por cuanto aprovechando el viejo salto de agua que alimentaba los cilindros de laminación desde 1841 (y antes había provisto de energía a ferrerías y molinos) se instalaron unas turbinas para la producción de energía eléctrica que surtía no solo a la fábrica sino también al mercado doméstico y de motores en el cercano Bilbao (Begoña era todavía anteiglesia independiente). Estas turbinas permitieron, hasta los años 60 del siglo XX, surtir de electricidad a la fábrica y su acuerdo de integración en la Unión Eléctrica Vizcaina, en 1908, sanear la situación económica de la empresa. Por otra, años más tarde, la organización de un cártel siderúrgico significó el acuerdo entre los fabricantes para vender a precios acordados los hierros comerciales (la Central Siderúrgica).

Demos otro salto, más corto, hasta los años de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). En estos años, las ventas de hierro en España y Europa fueron un magnífico negocio, pero desde la empresa se comenzó a pensar en otras opciones, como la fabricación de hierros y aceros especiales, pero el suministro de minerales para las aleaciones especiales era caro y complicado. Por ello, cuando acabó la guerra y el mercado del hierro sufrió una aguda crisis que durante años, hasta mediados de los veinte, requirió a varios de sus socios, sobre todo a José Mª Olábarri Massino, hijo de uno de los fundadores, a hacer adelantos para poder pagar las facturas. Así las cosas no podían funcionar, por lo que se tomaron dos decisiones, en 1926 y 1928, que fueron fundamentales para el futuro de la sociedad.

En octubre de 1926 decidió comenzar a fabricar bolas forjadas para los molinos de cemento y de mineral. Dos años más tarde, llegó a un acuerdo con dos empresas belgas para fabricar -con tecnología importada- cilindros de laminación, cerrando por lo tanto la cabecera siderúrgica, que contaba con cuatro hornos altos desde 1848. Así que se constituyó una nueva sociedad, Fundición Bolueta, en 1929, que a lo largo de sus casi setenta años de existencia fue ocupando cada vez más terrenos de la sociedad Santa Ana para ampliar sus naves de fundición de cilindros. La filial, así, con el tiempo, adquirió mayor tamaño que su matriz, Santa Ana de Bolueta, que en los años 60 del siglo XX trasladó la producción de las bolas forjadas al otro lado del Puente Nuevo, entre éste y el del Ferrocarril de Matico a Azbarren, en unos terrenos que se habían ocupado desde los años de la Guerra Civil para la granja de la empresa.

crisis e inundaciones La crisis de los años 70 del siglo XX castigó con dureza al sector siderúrgico vasco, como es sabido, pero además a la fábrica de Bolueta todavía más porque resultó arrasada, literalmente, por las inundaciones de 1983. Fueron años duros y difíciles, que terminaron con la venta de la sociedad, búsqueda de inversores y, finalmente, su desmantelamiento y derribo, en 2005.

Sin embargo, al otro lado del Puente Nuevo, la matriz de la extinta Fundición Bolueta continuó funcionando, gestionada por casi las mismas familias fundadoras, en continua búsqueda de nuevos mercados para sus bolas (que ya la minería vizcaína no adquiría) y buscando nuevos productos como láminas antiabrasión o las vías elásticas. Es más, en los años 70 estableció una nueva fábrica en Andalucía, y a fines de los ochenta otra en Chile para atender la demanda de la minería de aquel país. En el año 2000 reactivó la vieja instalación eléctrica. Hubo que acortar la pendiente porque coincidía con los apoyos del nuevo puente del metro de Bilbao (que discurre por el mismo lugar que el viejo de Matico a Azbarren), por supuesto la turbina es nueva, mucho más eficiente, y ahora no produce para consumo de la fábrica, sino para la venta de la corriente a Iberdrola. La chimenea que se ve ahora junto al puente es la vieja de la Electra, levantada en 1896, y es lo único que queda de la vieja factoría. Santa Ana también se irá a nuevos terrenos en Gallarta porque su vieja fábrica, con más de 50 años a cuestas, también será demolida para hacer viviendas, dentro del plan de urbanización de los terrenos que comenzó en 2004 y que no se sabe cuándo terminará.

De más de siglo y medio de actividad industrial, en su momento en un extremo de la anteiglesia de Begoña, solo quedará una chimenea y una central eléctrica como testimonio. No obstante, aunque sea en un nuevo emplazamiento, la sociedad Santa Ana continuará fabricando sus bolas de hierro y albergando, en mejores condiciones que las actuales, un archivo histórico que abarca desde los orígenes de la industrialización vizcaina hasta los últimos estertores de lo que fue uno de los fundamentos de la actividad industrial vizcaina.