Conozco a un individuo que tiene menos luces que un barco de contrabandistas. Es un espécimen de los que una amiga suele catalogar como la gente a la que le falta un hervor o una patata para el kilo. Vamos, alguien de corta proyección y fondo intelectual limitado. No por deficiencia, sino por falta de interés y porque en sus prioridades de vida nunca estuvo la de aprender. Para él, los libros existían para calzar muebles y los periódicos se usaban para no manchar el suelo durante una obra.

El personaje en cuestión no disimula su carencia formativa. La justifica por considerarse un autodidacta forjado en la cultura popular (“de la puta calle”, en sus propias palabras). De ahí que su visión e interpretación de la realidad siempre haya sido sui generis. Para él, “calcular” es “meter el culo en cal”, “pensar” es sinónimo de “comer pienso” y “el arte” significa “morirte de frío”. Toda una lumbrera de conocimiento.

He dicho que conozco a un individuo, aunque anteayer me sorprendió rompiendo los clichés que sobre él tenía. En un encuentro fortuito acaecido en un acto de carácter electoral se me acercó y me regaló una pequeña publicación. Oh sorpresa, se trataba de una narración firmada por él que estaba bien construida y que tenía carga cultural suficiente. En mi vida habría pensado que aquel patán fuera capaz de juntar más allá de tres palabras con sentido y ahora estaba ante la edición impresa de un pequeño relato literario que llevaba su nombre como autor.

Instintivamente me alegré. Pensé que le habría costado lo suyo amueblar su intelecto y que era justo reconocer el esfuerzo realizado. Le di una palmadita en la espalda y le prometí que leería su escrito con detenimiento e interés. Le pedí que me lo dedicara y rápidamente tomó un bolígrafo y escribió una línea en la primera página. Allí figuraba impreso otro agradecimiento: “A ChatGPT por su inestimable ayuda”. Debajo, de su puño y letra, añadió una máxima inicialmente pronunciada por Unamuno pero transformada, a su manera , por el personaje: “Lo que natura no da, salamandra no presta”. (En versión original “lo que natura no da, Salamanca no presta”).

Aquel milagro tenía un origen y una incógnita. El milagro se llamaba inteligencia artificial. Y la incógnita, conocer, a la vista del resultado, si en el presente-futuro seríamos capaces de vislumbrar cuándo una creación cultural, literaria, artística es producida por una mente humana o por un ingenio tecnológico.

Para los legos como yo, ChatGPT es un sistema de inteligencia artificial entrenado para mantener conversaciones con cualquier persona. Sus algoritmos son capaces de entender lo que se le pregunte con precisión. Lo más sorprendente de este programa es que es capaz de dar respuestas acertadas y completas de varios párrafos siendo muy difícil de distinguir si el texto ha sido generado por un intelecto humano o por un robot.

La confusión es consustancial al género humano. Se produce como consecuencia de la limitación de nuestras capacidades cognitivas y en mi caso suele provocar interpretaciones polisémicas. Leía el otro día en un rotativo de tirada estatal la advertencia de un significado grupo de expertos y científicos. El titular decía: “La IA supone una amenaza para la humanidad”. Pensé que aquella era otra exageración de campaña electoral. Otra hipérbole más. Habiendo escuchado a Isabel Díaz Ayuso, a su oráculo de pinganillo (Miguel Ángel Rodríguez) y al mismísimo Jose María Aznar vaticinando en Bilbao la llegada del apocalipsis separatista y filoetarra, podía creer que la mención a la “IA” se refería a la “Izquierda Abertzale”, si bien lo de la “amenaza para la humanidad” me parecía un poco exagerado.

La IA entendida como desafío para la humanidad no era la Izquierda Abertzale. El acrónimo correspondía a la inteligencia artificial, un poder creativo de avance exponencial que en poco tiempo puede hacer que la realidad que hoy disfrutamos deje paso a un nuevo espacio plagado de avances y, al mismo tiempo, de peligros insospechados.

La inteligencia artificial –IA– es una disciplina que intenta replicar las capacidades epistémicas de los seres humanos a través de máquinas entrenadas mediante algoritmos y el volcado masivo de información. Su desarrollo ha potenciado la investigación de la medicina y de la ciencia en general evidenciando una mejora en la calidad de vida. Sin embargo más de un millar de expertos internacionales han alertado de la necesidad de avanzar pausadamente y con controles en este ámbito.

Entre estas voces críticas, ha destacado Yuval Noah Harari, el historiador israelí y autor de Sapiens y Homo Deus que se ha manifestado alarmado por el avance de la inteligencia artificial, una “amenaza para la democracia, ya que la democracia es básicamente conversación, personas que hablan entre sí. Si la IA se apodera de la conversación, la democracia se acabó”.

Harari, uno de los principales pensadores del momento, advierte espantado que la inteligencia artificial es “la primera tecnología de la historia que crea historias”. Y en su opinión, la creencia colectiva en “historias” –de fe, de economía y nacionales, entre otras– ha alimentado el dominio de la humanidad sobre la tierra. Ahora la IA también tiene ese poder, lo que demuestra que el potencial de la tecnología, tanto para el bien como para el mal, antes considerado distante y teórico, es inmediato y real.

El historiador israelí aboga por la regulación de estas herramientas y compara la necesidad de establecer normas a los estudios médicos. “Una compañía farmacéutica no puede lanzar un nuevo medicamento al mercado sin pasar antes por un largo proceso de regulación. Es realmente extraño y aterrador que las corporaciones puedan lanzar herramientas de IA extremadamente potentes a la esfera pública sin ninguna medida de seguridad similar”.

En esta jornada de reflexión electoral cabe que meditemos sobre la necesidad de fortalecer la seguridad y las garantías exigibles a un proceso democrático teniendo en consideración que la manipulación, la desinformación y las interferencia ajenas han estado presentes ya en procedimientos de elección tan importantes como los llevados a cabo en el Reino Unido (Brexit), los Estados Unidos o Brasil .

Las fake news, los ciberataques, el desarrollo de la inteligencia artificial, son factores que ponen en riesgo la transparencia y las reglas democráticas, bases de un sistema participativo y justo. La demagogia y los populismos de cualquier signo suelen ser el principal caldo de cultivo en el que se desenvuelven todas estas amenazas. Responsabilidad de todos es actuar con rigor en defensa de la libertad y la igualdad de oportunidades.

La polarización provocada por la pugna electoral que nos ha ocupado estos días nos ha hecho a todos subir demasiado el diapasón en la pretendida búsqueda de la movilización del electorado. Bueno será que, pasado el fervor por la búsqueda del contraste, volvamos a atemperar los tonos comunicativos para retomar la serenidad de una convivencia en diferencia, pero, igualmente , en respeto.

Las elecciones de mañana domingo determinarán las mayorías y minorías que regirán nuestros gobiernos locales e instituciones forales. El resultado de este ejercicio democrático lo veremos avanzada la noche cuando los escrutinios revelen la fortaleza y la debilidad de las formaciones concurrentes a estos comicios.

No es necesario ser un avezado analista para determinar que –en Euskadi– dos serán las formaciones que mayor número de apoyos populares obtengan. La IA –esta vez sí, la Izquierda Abertzale– obtendrá, previsiblemente, un buen resultado. Sus votantes sociológicos han demostrado estar movilizados para la ocasión. A pesar de las disidencias –exiguas– su voluntad de blanqueamiento y de apertura hacia las izquierdas –también las españolistas– puede proporcionarle un óptimo saldo. ¿Se convertirá entonces en la Euskadiko Ezkerra del siglo XXI?

Por otro lado, el PNV confía en mantenerse como la fuerza mayoritaria que lidere el país. Dependerá de la participación ciudadana en las votaciones. Combatir la autocomplacencia de sus votantes tradicionales, instándoles a “no dormirse” ha sido su preocupación de último momento. Su éxito dependerá de haber conseguido convencerles de la relevancia de todos y cada uno de los sufragios. De eso y del precio que deberá pagar por el desgaste lógico de quien gobierna las instituciones de este país tras la pandemia y la crisis económica.

La solución, mañana. En democracia, en respeto. Y con inteligencia natural, no artificial.

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV