SE meta o no en la final, el Athletic habrá opositado con total legitimidad a ser considerado como un digno aspirante al título de Copa. Tal sería la conclusión a extraer del itinerario que ha descrito en el torneo. Puede que parezca improcedente afirmarlo cuando aún está pendiente la vuelta de las semifinales, pero se trata de un reconocimiento obligado.

No siempre alcanzar el partido cumbre de la Copa entraña el grado de dificultad que se está dando en la actual edición. A veces el camino resulta muy amable por la entidad de los rivales. El propio Athletic se ha beneficiado de ello en alguna ocasión. Por ejemplo, en la campaña 2011-12, donde fue emparejado con Oviedo, Albacete, Mallorca y, en las semifinales, Mirandés. No es lo normal, pues el formato de la competición, antes o después, suele deparar uno o más cruces con equipos punteros.

¿Quién es el favorito para llegar a la final de Copa?

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Es el caso que ahora nos ocupa. Tras deshacerse con holgura de Rubí, Cayón, Eibar y Alavés, en cuartos tuvo que gestionar una cita a vida o muerte con el Barcelona, vigente campeón de liga y Supercopa. El envite tuvo lugar en San Mamés, un factor no desdeñable, que no eximió a los rojiblancos de invertir un enorme esfuerzo recompensado en la prórroga. Y detrás, a doble partido, el Atlético de Madrid, nada más y nada menos.

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El Atlético 0 - 1 Athletic, en imágenes EFE

Un pulso mediatizado por el contrastado potencial del conjunto de Simeone y una inmaculada trayectoria en su estadio. Las reservas estaban justificadas, especialmente de cara a la ida. Por mucho que el Athletic ofrezca garantías por el rendimiento general de los últimos meses, no cabía obviar que como visitante le ha costado más plasmar su exitosa propuesta. En casa se ha mostrado intratable, pero de viaje acumula la mayoría de sus peores marcadores y ello incluye derrotas ante adversarios de la parte alta de la tabla (Anoeta, Camp Nou o Mestalla), así como empates en Son Moix, Los Cármenes y Nuevo Mirandilla. El de Montilivi va en otro saco.

Bueno, pues el comportamiento en el Metropolitano, por descontado el marcador, refrendaron la fiabilidad del Athletic. Compitió con la garra que le caracteriza, confió en sus armas, invalidó el plan del anfitrión hasta el descanso y anotó un gol, detalle crucial pensando en el global de la eliminatoria. Luego, la segunda mitad, poco o nada tuvo que ver con lo ocurrido previamente. La embestida colchonera puso a prueba su entereza y pese a que aguantó en pie, asistimos a una versión que no había asomado hasta la fecha.

Es imposible hallar un precedente este curso donde el Athletic haya consumido tantos minutos replegado en torno a su área o permitido no menos de media docena de oportunidades al rival en un margen de cincuenta y tantos minutos. Mantuvo a duras penas el tipo y en la apreciación no hay ni un ápice de subjetividad.

La prueba del calvario vivido descansa en las decisiones que sobre la marcha fue tomando Valverde. En el cuarto de hora final, del 83 al 98, el dibujo estuvo formado por tres centrales, dos laterales y cuatro centrocampistas. Disposición inédita bajo la batuta de un técnico que rara vez altera, siquiera mínimamente, su esquema táctico; desde luego, nunca como para traer a la memoria el famoso autobús que condujo José Mari Maguregi el siglo pasado, en las décadas de los setenta y ochenta.

Y la constatación de todo esto no rebaja el mérito del Athletic. Al contrario, revaloriza su trabajo. Sencillamente, es sano asumir que el contrario ha sido mejor durante una amplia fase del partido o que la fortuna ha colaborado con la causa para llevar a buen puerto un valioso 0-1. No supone desdoro alguno admitir con naturalidad, humildad, que el Atlético de Madrid acarició al menos el empate, sin ningún género de dudas.

De antemano se preveía que tocaría sufrir, es posible que cuanto deparó la primera parte diese a entender que el Athletic sería capaz de sostener el pulso o, por qué no, apuntalaría la victoria. Sin embargo, el discurrir de los minutos reveló la cruda realidad: enfrente había una colección de grandes futbolistas, que lo son no solo por nombre, y que nada tienen que envidiar a los del Athletic en agresividad, energía y pasión.

Analizada con ecuanimidad el episodio del Metropolitano, lo primordial es que el Athletic regresó sonriente a Bilbao. En la vuelta deberá echar el resto, igual que el miércoles, sabedor de cómo se las gasta el Atlético. Alcanzar la final implica negociar trances peliagudos, como el descrito.