LENGUAS viperinas. Emociones mitineras. Modos arrabalescos. Pasen y entren, están en el Congreso. Justo ahora, en vísperas de la Constitución festiva y con las puertas abiertas a los ciudadanos curiosos. Pero son escenas desgraciadamente habituales. Se repiten cada semana con aviesa intención y sin propósito de enmienda. Una franquicia libre para espantarse ante semejante entorno marrullero, plagado de provocaciones soeces, vocabulario incendiario por faltón y golpes bajos interminables a la más elemental esencia parlamentaria, esa que much@s diputad@s jamás alcanzarán por años que sigan ocupando sus escaños. Un pelotón de piróman@s dispuestos desde la irracionalidad y la política líquida del tuit a incendiar la convivencia. La agitadora trifulca del Congreso. Y en la calle, los desestabilizadores de la paz. Los mensajeros de los paquetes pirotécnicos para dinamitar la seguridad y agitar el desasosiego, contrariamente cuando más se necesitan las gotas de certidumbre ante un desquiciante tablero geoestratégico internacional.

El ambiente fluye insoportable por las cuatro esquinas. Tanto, que empieza a preocupar seriamente a ese escueto ramillete de mentes sensatas. Bastó la desbocada alocución de la ministra (?) de Igualdad contra el PP para que sonaran las alarmas bienintencionadas. Hasta ahora el dedo acusador siempre encontraba la diana fácil de cualquier exaltado de Vox. Incluso, desde algún escaño próximo también se contribuye sin esfuerzo alguno al escarnio descarado. Sin pudor, un día se habla de filoetarras, otro de amigos de asesinos terroristas y con frecuencia inadmisible de gobierno ilegítimo. Pero Montero cayó erróneamente en la trampa de los trumpistas. Quizá venía acumulando tanta rabia contenida que fue incapaz de contener sus miserias dialécticas ante una pregunta sin demasiada malicia. En un abrir y cerrar la boca, quedó a la mísera altura de sus enemigos y en medio de la comprensible indignación por su gesto pirómano de pésimo gusto. Solo tuvo luego la fácil comprensión del profesor Iglesias que entiende tan nefasto improperio como un acervo más del sutil diccionario político; también le avaló la capacidad analítica y estratégica de Ione Belarra, todavía secretaria general de Podemos y, sobre todo, de ese impagable batallón de tuiteros abducidos a la causa que le sigue quedando al auténtico líder de este movimiento político en declive electoral para cuando se trata de destripar a los enemigos en las redes sociales.

Pedro Sánchez contempla encantado la pira de Montero, paradójicamente cuando la indignante persecución de la derecha le había convertido en mártir y opositora a Yolanda Díaz. Puro espejismo. Descalificada por locuaz, la sucesión de sentencias favorables a agresores sexuales desmenuza sin piedad su capacidad gestora aunque la Ley del Solo sí es sí tenga la ratificación del resto del Consejo y de las dos Cámaras legislativas. Por si fuera poco, las voces pidiendo su dimisión en pleno centro de Madrid abren un agujero lacerante difícil de taponar. La vicepresidenta gallega sigue saliendo ilesa de tanto atropello.

Marlaska lo tiene francamente difícil, pero sujeta con las dos manos el flotador ante la tormenta. Esa reducida franja territorial tan esponjosa de delimitar le puede acabar salvando de la quema que la inmensa mayoría entiende justificada como pago a la mentira. La tragedia humana de Melilla no tiene perdón. Otra cosa bien distinta es que la responsabilidad final pueda escurrirse por unos metros de tierra de nadie. En todo caso, la destitución de un ministro del Interior son palabras mayores. No está Sánchez ahora mismo para ensuciar por las gotas de una dimisión forzada su celestial balance de incienso, oro y mirra tras asistir a unos Presupuestos aprobados, una caída del paro, la bajada de la inflación y el reconocimiento europeo. Un paso más en su ansiado camino de la historia, que su vanidad le impulsa, mucho más allá de exhumar los restos del dictador Franco.

En los tiempos que corren, no hay quien le tosa a Sánchez. Se le ocurre a Lambán decir lo que piensa de verdad y su consistencia le dura unos minutos. El PP se lanza en tromba contra el presidente atizando el latiguillo de politizar el Constitucional, rendirse ante los independentistas y dejar deuda para las tres próximas generaciones y recibe como respuesta un desafío a los jueces conservadores, vía libre a abolir la sedición y dinero a espuertas para ganarse a la mayoría social. Ahí está la clave de la legislatura. El resto, palabras soeces, bravatas y pirotecnia de saldo. l