MAÑANA se sabrá con quién y, sobre todo, dónde. Les hablo, como supongo que sabrán, del sorteo de los cuartos de final de la Copa. En el vestuario y en las gradas de las tribunas aguardan bajo el tarareo de esa vieja canción, Amor de mis amores, con el anhelo de que salga elegido San Mamés como escenario. La melodía tiene un ritmo que respeta los 3/4 del vals, pero requiere de un compás ligero y un ritmo mucho más rápido y en el caso de la guitarra, como si la tocase, qué sé yo, un extremo izquierdo del Athletic.

San Mamés, ya lo saben, es el amor correspondido de esta temporada, una tierra donde el juego del Athletic se ilumina de repente, ¡zas!, como una máquina tragaperras, trayendo consigo un botín de goles y alegrías. No hay fiera que provoque miedos o espantos, no hay rival contra el que se manejan los amuletos para esquivarlo. Si sale primero la bolita del Athletic, como si pasa Gengis Khan. Seguirá creciendo la hierba en San Mamés.

Qué alegría, qué alboroto. Cuarenta años atrás vivimos días así, con una fe casi ciega en que todo era posible mientras el Athletic encadenaba una victoria con otra y aquellos leones crecían y crecían hacia el paraíso de la clasificación. Hoy los rojiblancos han encadenado catorce partidos consecutivos sin perder y es inevitable que los mayores hagamos cuentas, como entonces. “Si gano aquí y pierden allá...” Será imprescindible que la fe se mantenga de puertas hacia dentro en el vestuario, por mucho que Valverde, de puertas a fuera, defienda una imagen de tranquilidad. ¿Tiene techo este equipo...? Ha de tenerlo. Pero mientras siga dándonos el sol... Aurrera, mutilak!