LA magia pasó de ser la forma de explicar lo desconocido a mero entretenimiento cuando los métodos científicos fueron afianzándose en la propia evolución social histórica. Por eso resulta un poco carca recurrir a ella para afrontar nuestros problemas actuales. Claro que todo el mundo estamos suficientemente descreídos como para no ceder a la simpleza del birlibirloque en las cosas de fundamento. Hace tiempo que hemos aceptado que la ideología sea la nueva prestidigitación. Los enunciados considerados de izquierda, de derecha, estatalistas, soberanistas liberales o colectivistas tienen la virtud de agruparnos ideológicamente en abstracto, aunque luego no siempre somos consecuentes a la hora de tamizar por los mismos principios el modo de encarar nuestros problemas reales.

Con la hipersensibilización sanitaria que ha dejado la pandemia, hemos sentido la imperiosa necesidad de la asistencia médica. La hemos sentido los usuarios y también los profesionales. Listas de espera, ratios de médicos por paciente, jubilación de facultativos, carrera profesional, cobertura pública y privada... preocupaciones que siempre existieron y cuya gestión no se resuelve con un chasquido de dedos.

La promesa de soluciones mágicas tiene un nuevo emblema: la exclusividad de los sanitarios en el sector público como si no hubiera experiencia de todos los modelos. Yo no tengo ni idea de si es más eficiente un modelo de desempeño profesional exclusivo en lo público o uno mixto. Lo que dicen los datos es que las listas de espera se dan en ambos sistemas, que faltan profesionales en ambos sistemas y que sus detractores explican sus problemas allí donde está implantado cada uno como si el otro los fuera a resolver. Por eso hará falta mayor profundidad; que las ideologías mágicas de lo público y lo privado no aspiren a encarar los problemas de la sanidad por imposición de manos.