Es la más recordada, probablemente porque haya sido, hasta ahora, la última. Pero antes de la del 84 hubo otra Copa, en el 58. Loli Bringas, una trabajadora de la fábrica La Encartada, tejió dos txapelas, mitad roja y mitad blanca, para que su novio y su cuñado las lucieran en la final. Luego llegó la del 69, la del 73... Y así, hilo a hilo, generación a generación, aquella txapela se la colocó ayer ella misma a la cabeza del capitán del Athletic, Iker Muniain. “Esta Copa refuerza el lazo que nos une, la cadena por la que transmitimos los valores del Athletic”, tiró de símil la diputada general, Elixabete Etxanobe, en la recepción que puso punto y final al periplo del Athletic desde el Abra. Eso fue dentro; en la calle, se desató el delirio cuando el equipo salió a la balconada a saludar a los aficionados. Y aunque se había hecho ya de noche y hoy era día de labor, nadie parecía querer irse a casa. “Nos tenemos que ir... Pero no hoy, ¡mañana!”, invitaba a seguir la fiesta Munian. “No sé cuándo va a terminar esto, porque hay gente por todos los lados”, se resignaba De Marcos. “Y el próximo año, otra vez”, prometía Iribar. Ni por el Cola-Cao de Iñaki Williams... Ya lo dijo el capitán: este es un equipo que marcará época y que será recordado siempre.

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El trayecto del autobús del Athletic desde el Ayuntamiento a Diputación, en imágenes Ibai Armentia

Porque eso es el Athletic. Una familia, en lo bueno y en lo malo. Y ayer, afortunadamente, tocaba celebrar lo bueno. “Esto también nos hace únicos: el Athletic es una familia, una familia inmensa en la que compartimos lo bueno y lo malo. Cuando sufrimos, lo hacemos juntos, y cuando disfrutamos, también lo compartimos juntos, en familia”, se enorgulleció Etxanobe en la recepción que la institución foral brindó al Athletic.

Fue el colofón a una jornada inolvidable, que es ya parte de la historia. El último baño de multitudes, el del autobús que trasladó a los jugadores y cuerpo técnico desde el Ayuntamiento al Palacio Foral. Y gracias que se valló el recorrido porque, ¿recuerdan Buenos Aires? Ahí no cabía un alfiler, ni en el trayecto ni en la Gran Vía. Atentos a la pantalla gigante, siguiendo la travesía en directo, la espera se vivió como si estuvieran en una de las orillas. Rugían cada vez que un jugador alzaba la Copa al cielo, se coreó el himno, el Harrobiaz Harro, el One Club Men, volaron banderas, se ondearon bufandas... La espera, que se hizo larga – “esos aficionados que anda por ahí”, bromeaba luego Uriarte– fue una fiesta.

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Pero cuando llegó el autobús, ¡ay, cuando llegó el autobús! ¿Quién dijo a lo bajini? Y se intentó, pero no hubo forma... Aquello fue el delirio, con los jugadores desatados para ese momento, de pie sobre el autobús, bufandas al aire. Munian y Valverde acercaron la Copa a los aficionados, saltaron y cantaron el resto de leones con ellos... Tocaba foto oficial en la escalinata del Palacio –y hasta un selfi de Ernesto Valverde– junto a la diputada general, y ni por esas dejaron de botar. Y llegó la salida al balcón. “¿Os sabéis la canción de moda? No creo... ¡Estáis enfermos! Quiero que os dejéis la vida porque esta Copa lo vale. Y que se entere todo el mundo... ¡Este es el famoso Athletic...!”, hizo saltar a la multitud Munian. “Nico, Nico...”, se coreaba desde las aceras. “Yo quisiera un Cola-Cao”, lo intentaba el mayor de los Williams, que hizo entonar el Txoria Txori, abrazados. “Nos tenemos que ir pero, ¿sabéis? Que esperen. Txapeldunak”, seguía Munian. Y nadie fue capaz de quitarle el micrófono.