A partidos como el celebrado en El Sardinero o el que en la ronda anterior tuvo lugar en el campo del Rubí, se les adjetiva como trámite en un sentido peyorativo. El equipo de la máxima categoría, en este caso el Athletic, tiene la inexcusable obligación de ganar y más le vale refrendar el pronóstico: de lo contrario, aparte del disgusto, apechugará con la penitencia del escarnio y la indignación del entorno. Este es el tratamiento reservado a citas no siempre amables, cuyo nivel de dificultad depende básicamente del rendimiento propio, pero no solo.

El escenario, la desmedida, molesta y normalmente baldía ilusión del modesto, así como el afán por evitar un desgaste excesivo, lo que significa presentar una alineación experimental que suele pecar de falta de ritmo y seguridad, son factores inherentes a las eliminatorias a partido único. Hace mucho tiempo que Ernesto Valverde escarmentó en primera persona en algún cruce del torneo del K.O. Por cierto, bien cerca de la capital cántabra, sobre un barrizal en el campo de Torrelavega. Un episodio amargo sufrido por cantidad de entrenadores de élite de diferentes clubes y, por supuesto, del Athletic.

Lo vivido frente al Cayón resultó bastante más llevadero que la visita al Rubí. Entonces, Valverde no disimuló su enojo, durante y después de lo que objetivamente fue un mal partido de los suyos. El simple hecho de que los goles llegasen en la segunda mitad o que el rival marcase cerca de la conclusión, establecen una sustancial diferencia con el desarrollo del cruce del jueves. Contar con un colchón de dos goles en veintipocos minutos prácticamente garantiza la resolución de la ronda, pero ese pequeño gran detalle no evitó que el Athletic atravesase por una prolongada fase en que no logró imponer su ley.

De ahí que Valverde reconociese posteriormente que no estuvo del todo tranquilo, que introdujo los cambios porque los jugadores habían dejado de tener al adversario bajo control. Y aludió al precedente con el Rubí. No estaba exagerando, en verdad le disgustó comprobar que su equipo flojeaba y, con ello, alentaba al adversario. Al Cayón solo se le contabilizó una oportunidad de gol, desbaratada por Agirrezabala justo a la vuelta del descanso, pero el mosqueo del entrenador se tradujo en la entrada de Galarreta, Sancet y los Williams.

La decisión sirvió para aplacar el ímpetu cántabro, recuperar el mando del encuentro y cerrarlo con el tercer gol. Valverde la justificó asegurando que en ese trance no estaba pensando en el compromiso del domingo en Los Cármenes, sino en lo inmediato, lo que sucedía ante sus ojos. Sentenciar la eliminatoria concentraba su interés, aunque ello supusiera exponer la integridad física de los jugadores citados, imprescindibles en la liga. ¿Tanto peligraba la continuidad en el torneo copero? Pues, no lo parecía, pero el responsable prefirió zanjar por lo sano la incertidumbre y es que la valoración de lo que acontece en la hierba no es la misma desde dentro o desde fuera, con una cerveza en la mano.

La cosa salió bien y el Athletic se medirá al Granada con los once futbolistas que machacaron el fin de semana anterior al Rayo. Tales serían las conclusiones después de cumplir el expediente frente al Cayón. Todo, a pedir de boca. En un segundo plano queda el análisis de las aportaciones de quienes acumularon más minutos. Posee su trascendencia, pero relativa dado que es gente que, como hasta ahora y de no mediar desgracias, lesiones, seguirá lejos de los focos, ocupando plaza en el banquillo y gozando de minutos sueltos en las jornadas ligueras.

Claro que existía cierta expectación por ver cómo se desenvolvían, en especial Yuri Berchiche y Asier Villalibre, por motivos dispares. El lateral probó como central, una función que a juicio de Valverde puede asumir con naturalidad. La debilidad del Cayón restaba entidad al ensayo; sin embargo, dio la sensación de que a Yuri aún le queda un trecho para rendir a satisfacción. Más allá de que extrañase la demarcación, se le notó que va justo de confianza y que precisará de varias semanas para alcanzar su estado físico ideal, factor fundamental en su fútbol.

El tema del delantero se antoja más complejo. Lo demuestra que tras salir de la ducha reiterase su intención de finalizar la campaña en el Athletic. Invertir el ostracismo que vive asoma como un reto personal de compleja plasmación. Hasta se dudaba de que estuviese de salida ante el Cayón, pero lo hizo y firmó dos goles. Pudieron ser algunos más. De todos modos, su paupérrima utilización le pasó factura. Carente de rodaje, estuvo lento e impreciso, aunque lo compensara con eficacia en el área.

Se dirá, no sin razón, que lo que cuenta en el balance del ariete es el gol. Incluso, Valverde mencionó esta cuestión a su estilo. “Es lo que tienen que hacer los delanteros para sentirse confiados, es para lo que están en el campo y Villalibre tiene capacidad para ello”, apuntó. Interesante reflexión cuando el de Gernika lleva cuatro meses amarrado al banquillo y normalmente salta al campo para disputar diez o cinco minutos en partidos sueltos.