El Athletic ha solventado con notable eficacia el tramo de campeonato previo al nuevo parón, lo que explica su asentamiento en la quinta plaza. Tras jugar en Barcelona, desplazamiento asumido como una especie de misión imposible, debía cruzarse con Valencia, Villarreal y Celta, sobre el papel adversarios asequibles, en especial los dos últimos como refleja su ubicación en la tabla. No le ha ido nada mal, ha añadido a su casillero siete de los nueve puntos y mantiene así una cadencia al alcance de una selecta minoría.

La clasificación, ese espejo donde todos están obligados a mirarse, no miente. Los números avalarían un estimable nivel de fiabilidad del equipo de Ernesto Valverde. No obstante, sin rebajar una pizca el valor de los 24 puntos (siete victorias, tres empates y tres derrotas) y de una media de casi dos goles por jornada, aún es demasiado pronto para extraer conclusiones o realizar proyecciones fundadas. Partiendo de que a estas alturas posee tres puntos más que en la anterior edición liguera, merece la pena profundizar con un mínimo de rigor en el recorrido cubierto.

Anteriormente ya se abordó el arranque de campaña, de modo que toca referirse al tramo más próximo, los tres partidos mencionados más arriba. Y la primera impresión a comentar versa en torno a los síntomas de fragilidad que han asomado. Una novedad si se excluye la cita inaugural con el Madrid. Frente a Valencia, Villarreal y Celta el comportamiento general estuvo marcado por un déficit de empaque. El Athletic no supo gobernar el juego, salvo a ratos; no fue regular ni sólido, consumió muchos minutos a expensas del adversario y fruto de ello, le costó un mundo cerrar esos partidos.

En La Cerámica brindó un primer acto excepcional, explotó a fondo las debilidades ajenas, pero concedió tantas llegadas a su área y de similar peligrosidad como las que generó, se fue destensando y al final lo pagó con un sofocón, al recibir dos goles en un minuto. ¿Emocionante? Pues sí, claro, pero comprometer una renta de tres goles a domicilio no es de recibo.

Este partido se celebró a caballo de dos citas en San Mamés, cualquiera de ellas más emocionantes aún. Tanto Valencia como Celta plantearon una pelea a campo abierto, apostando de salida por proyectarse en ataque, actitud que los rojiblancos no acertaron a contrarrestar. Habituados a dominar, a cargar con la iniciativa, los jugadores acusaron la valentía del oponente. Ni levantinos ni gallegos se parapetaron en su terreno, táctica que a veces dificulta o retrasa que aparezca la superioridad que como anfitrión suele ejercer el Athletic. Estos equipos optaron por discutir el mando, se desplegaron en la zona ancha con fe y ganas de exponer sus bazas en ataque. Y al tener que correr hacia atrás, las líneas se desconectaron entre sí, faltó continuidad y recursos para aproximarse a una versión reconocible.

La síntesis es que pudo haberse dado cualquier marcador. El Athletic golpeó, seis goles, pero recibió casi otro tanto, cinco, que no fueron seis porque Unai Simón le paró un penalti a Aspas. Se podría entrar en el apartado de oportunidades y el saldo saldría parejo, acaso ligeramente favorable, pero hasta ahí. Hombre, el peso del factor campo y las circunstancias de los contrincantes en algún capítulo se han de notar y este básicamente sería el marcador final.

Hacer gol en el 98 en ambos cruces quizá sea mera casualidad si optamos por quedarnos con el detalle del minuto, pero detrás hay mucha miga. Por supuesto, corrobora el carácter inconformista del Athletic: no se rinde, persevera hasta que el árbitro pita, pero apurar tanto obedece a un comportamiento insuficiente el resto del partido.

Conviene además distinguir entre el efecto euforizante, sobre todo entre quienes asisten en directo al encuentro, que se deriva de arreglar sobre la bocina el desbarajuste de los noventa minutos, y la lectura pormenorizada que merece el cúmulo de defectos cometidos y la ausencia de resortes para enderezar el rumbo sin necesidad de apelar a la épica.

Alentar o destacar ese ambiente extremo donde se liberan de sopetón la tensión y la frustración por unos puntos rescatados por la vía del tremendismo, es pan para hoy y hambre para mañana. O se ajustan aquellas cuestiones que mal gestionadas rebajan peligrosamente la talla del conjunto o llegarán los disgustos. Al respecto, también se pronunció Valverde. “No nos vayamos muy arriba, ni nos subamos mucho porque hoy ha habido de todo”, dijo. Podría añadirse que en ese computo, los aspectos negativos se impusieron a los positivos.

El técnico admitió que el equipo adoleció de consistencia y que el margen de mejora es aplicable a “muchas cosas”. Asimismo, discrepó ante la insinuación de que el balance ofensivo compensa la debilidad en la contención: “nosotros no podemos permitirnos que haya descontrol” en el juego. Es evidente que el Athletic hace daño en área ajena, pero no es de recibo la desorientación del bloque y, menos todavía, las deficiencias en defensa. Esto último es una constante desde verano que el trabajo coral ha atenuado algunos días, que si no ha ido a mayores obedece esencialmente a la aportación del portero. El ángel de la guarda.

Ahora toca esperar a que el campeonato se reanude, pero los síntomas de irregularidad apuntados ensombrecen el futuro. En realidad, ponen sobre el tapete las frustraciones que, por desinflamiento, acostumbra a brindarnos el Athletic. Hoy, la clasificación luce muy bonita, pero en la decimotercera jornada no pasa de ser un indicativo relativo.