- Miramos a ERC y a los otros sostenes habituales del gobierno de Sánchez por si la legislatura pudiera reventar por ahí. Resultaría verosímil. Motivos, no faltan. Más allá de la imperdonable cuestión del espionaje, se multiplican los agravios, los desplantes y los ninguneos. El penúltimo, conocido ayer mismo, es para ciscarse en lo más barrido: resulta que durante meses (esos en los que frente a los focos se llamaban de todo), PSOE y PP estuvieron reuniéndose para ver qué hacían con la inviolabilidad del rey. Obviamente, decidieron no tocarla; hay cuestiones, las fundamentales desde el posfranquismo, para las que el bipartidismo sigue vivo y coleando. El enfado sulfuroso manifestado por Unidas Podemos al enterarse del enésimo culebreo de sus socios de gobierno me devuelve a la intención inicial de estas líneas. Si existe un punto de ruptura lógico y natural de la legislatura, no hay que buscarlo fuera sino dentro del gabinete de coalición.

- Con entusiasmo digno de mejor causa y tomando por párvula a la ciudadanía, el diputado de UP Juan López de Uralde dijo el otro día en los diarios del Grupo Noticias que el gobierno español "goza de una mala salud del hierro". Esas palabras cínicas son el reflejo de la actitud de los rojiverdimorados, que han escogido el papel más cómodo, que no es precisamente ni el más responsable ni el más ético: el de oposición interna ventajista. Los logros del Ejecutivo son casi en exclusiva los suyos, mientras que los fiascos son atribuibles a la facción socialista. Y ni siquiera se disimula templando gaitas. De un tiempo a esta parte, estamos viendo que las críticas más duras a Sánchez, incluyendo la exigencia de dimisiones, proceden de ministras (en concreto, Ione Belarra e Irene Montero; Díaz y Garzón se cortan un poco más) que se sientan alrededor de la misma mesa de Consejo.

- Por supuesto, no habría nada de particular en mostrar diferentes puntos de vista si no se diera un principio elemental: las acciones de un gobierno no son compartimentables. Son colegiadas. Afectan y comprometen a todos y cada uno de sus miembros. Así que el cambio de política respecto al Sahara, la actuación en el escándalo del espionaje, el envío de armas a Ucrania y todos los enjuagues para salvaguardar la monarquía española son, en última instancia, decisiones gubernamentales avaladas por Unidas Podemos. El único modo de demostrar que no las comparten es presentar la dimisión, romper el acuerdo de coalición y pasar a hacer oposición... desde la oposición. Y si no, a callar y a tragar.