Decidir nada de nada - Como era de temer (para algunos, de desear), nuestras diferentes autoridades sanitarias nos han abocado al casi libre albedrío para la cena de Nochebuena y, ¡ay!, las bullangueras horas previas y posteriores. Con 4.800 contagios diarios en la CAV, 1.500 en Nafarroa y cerca de 70.000 en el conjunto del Estado, ¿qué puede salir mal? Ya si eso, después de las fiestas volvemos a echar cuentas, a rasgarnos las vestiduras y a decretar las restricciones que se han quedado en el cajón para pasmo y desesperación de la mayoría de los asesores científicos de los distintos gobiernos. O de algunos de los propios gobernantes -¿verdad, lehendakari Urkullu? ¿Verdad, presidenta Chivite?- que asistieron con impotencia a esa escenografía hueca llamada Conferencia de Presidentes en la que no hubo narices de coger el virus por los cuernos y cuya única medida de relumbrón fue la vuelta de la mascarilla obligatoria en exteriores. Queda para la antología de la vergüenza ajena la comparecencia de Sánchez vendiendo la moto como si fuera nueva.

Miedo al qué dirán - Y oigan, les juro que no tengo nada en contra de portar el tapabocas a cielo abierto, especialmente cuando me voy a cruzar con una buena cantidad de congéneres. Pero incluso siendo de letras, sé que con eso solo no basta. Es más, justamente porque soy de letras y algo sé en concreto de comunicación, tengo claro que el anuncio tenía como única intención aparentar que se estaba haciendo algo cuando realmente se han dejado las cosas literalmente como estaban. Lo penoso para el ideólogo de semejante estrategia de todo a cien es que no ha colado. Podemos ser bastante tontos y sumisos, pero no lo suficiente como para no darnos cuenta de que se ha optado por no cortarnos el vacilón para que no nos enfademos.

Doctrina Ayuso - Si lo miran con desapasionamiento, verán que se ha dado carta de naturaleza al modelo de gestión de la pandemia de la vilipendiada Isabel Díaz Ayuso. La consigna es patada a seguir, libertad para las cañitas, los crianzas, los rosados o lo que se tercie, que ya saldrá el sol por Antequera, por Lodosa o por Legutio. Como molécula insignificante del cuerpo social, acepto el envite. Haré de mi capa un sayo y, según me dé el aire, decidiré si me arriesgo a matar a las personas mayores de mi núcleo familiar o si (como seguramente ocurra) me como las ganas de compartir mesa con ellas. Solo pido a cambio a quienes han preferido no tomar ninguna decisión que no me riñan ni me culpen de lo que pueda pasar.