UANDO la demagogia entra por la puerta, la menor posibilidad de un debate sereno y sosegado salta por la ventana. El principio vale para lo que quieran, pero en este caso me refiero al inminente cierre del Museo de la Ciencia de Donostia. Una pérdida que no es solo para Gipuzkoa, sino para los tres territorios de la demarcación autonómica; a ver cuándo nos dejamos de provincialismos y empezamos a tener visión de país, aunque sea en su versión administrativamente liofilizada. De paso, a ver si abandonamos la hipocresía y el hacernos de nuevas con fastidio. Está ampliamente constatado que cuando la decisión se sometió a votación en el Patronato de la Fundación Kutxa, todos los partidos, sindicatos e instituciones representadas dieron su visto bueno.

O sea, que menos sulfuros impostados y menos lágrimas de cocodrilo. Esa unanimidad solo quiere decir algo bien sencillo que nos negamos a aceptar: no quedaba otra. Por mucho que pretendamos engañarnos a nosotros mismos, las normas vigentes y, peor que eso, el propio despiadado mercado bancario actual han hecho que nuestras queridas cajas tengan que competir por seguir vivas y arraigadas en sus respectivas sedes. Ya escribí una vez y vuelvo a hacerlo que la gran obra social que espero de un banco es que pague muchos impuestos a las arcas locales. A partir de ahí, son las instituciones y no la beneficencia mal entendida las responsables de dotarnos de los servicios que demanda la sociedad que consume y vota. Y eso incluye la creación y el mantenimiento (si las empresas privadas echan un cable, genial) de un Museo de la Ciencia como el de Miramon. O ese mismo.