Mercado del dolor

De Miriam, Toñi y Desirée a Anna y Olivia, pasando por Ruth y José, Gabriel o Julen, entre tantos otros. Los dramas con niños o adolescentes venden mucho. Ese es, desgraciadamente, el verbo, junto a su contraparte: comprar. Y mejor que empecemos no engañándonos. Porque si hay quien hace negocio con los hechos más espantosos es porque sobran seres humanos como usted y yo dispuestos a consumirlos a dos carrillos. El dolor, la rabia, la impotencia, el horror, la incapacidad de comprender, las ganas infinitas de llorar son, según los casos, mercancía o moneda de cambio en este desvergonzado zoco donde no entran ni los escrúpulos ni el más elemental sentido del pudor.

¿No se puede evitar?

Ocurre, además, que de repetición en repetición, la náusea se supera. Lo estamos comprobando en el caso de las niñas de Tenerife y su desalmado padre. Si la denuncia de la desaparición y la búsqueda inspiraron piezas informativas con aroma a guano, lo que ha ocurrido tras la aparición del cuerpo de una de las criaturas está siendo una explosión de amarillismo inenarrable. Y ojo, que yo siempre he defendido el periodismo de sucesos como uno de los géneros más nobles y también más difíciles, sobre todo, si se pretende hacer bien. Tampoco estoy diciendo que no debamos hablar del asunto. Es evidente que las circunstancias que concurren constituyen un acontecimiento noticiable de primer orden. Pero no necesitamos que nos golpeen cada medio minuto con la repetición en bucle del álbum de fotos y la videoteca familiar. Ni los testimonios arrancados a tirones igual a personas próximas a las víctimas que a viandantes que pasan por ahí. Y qué decir de las especulaciones sobre lo ocurrido basadas en absolutamente nada pero difundidas como si su fueran aproximaciones milimétricas a la verdad. Pues que están de más.

No solo los periodistas

Aunque en el papel de propagador y traficante de morbo, mi gremio es el más concernido, no es el único que participa en este infame espectáculo. Me alarman esos expertos que, muchas veces de muy buena fe, alimentan los titulares con hipótesis aventadas sin conocer los hechos. Y por si faltara algo, de un tiempo a esta parte se han multiplicado los políticos que, ya sin filtros ni disimulos -el caso Rocío Carrasco ha sido el último dique derribado-, entran en el fango a hacerse selfis incontables mientras arriman el drama a su sardina ideológica. Luego tienen el rostro de pedirnos mesura a los demás.