UN domingo, 7 de septiembre de 1975, todo el mundo hablaba de él. ¿De quién? Del ilusionista israelí que había aparecido en televisión. Se llamaba Uri Geller y aseguraba ser capaz, con la sola fuerza de su mente, de doblar cucharas o arreglar viejos relojes. José María Iñigo, el protagonista de esta historia, le provocó para que demostrara sus poderes y se dio un fenómeno de sugestión: media España juraba que su cucharilla de café se había doblado, que el viejo reloj del abuelo daba la hora exacta. Fue el cénit de aquel programa, Directísimo, donde el periodista, locutor, actor, escritor y leyenda viva de la televisión demostraba, con su bigotón propio de capitán de los húsares, que el showbusiness no tenía secretos para él.
José María Iñigo (Bilbao, 1942) no era un don nadie antes de aquel día. En el mismo programa había enfrentado, cara a cara, a los toreros Paco Camino y Palomo Linares, cuando Camino llamó musasho a Linares y se armo la marimorena; había entrevistado, mirándolas a los ojos, a Jacqueline Bisset y a Rita Hayworth. Más tarde hizo lo propio con Cantarero del Castillo, líder de Reforma Social Española, la primera entrega de una serie de entrevistas que aspiraban a mostrar las virtudes de las asociaciones políticas. Se montó tal follón que ya no hubo una segunda entrega.
Hace algo más de 50 años la complicidad de dos jóvenes de Bilbao, Pedro Olea y el propio Iñigo, hizo posible un insólito programa musical de televisión, Último grito. Le puso en el mapa a sus 25 años. Desde los 18 había desarrollado su pasión por el periodismo, sobre todo por la radio musical, en Bilbao, Madrid o Londres, donde se empapó de las últimas tendencias en unos años decisivos del pop y el rock. En 1969 condujo otro musical en TVE -Ritmo 70, realizado por Pilar Miró- y en 1970 comenzó a presentar el programa que le consagró, Estudio Abierto, basado en entrevistas, reportajes y actuaciones en directo. Eran los años 70, los días en que la televisión parecía casi sagrada. Luego llegó el olvido y más tarde la resurrección, aunque jamás con tanta fuerza. Eran otros tiempos. En 2011 la Academia de Televisión le concedió el premio Toda una vida y desde ese año comentaba para TVE el Festival de Eurovisión, con el que ya había flirteado en los citados años 70. Los viajes, los libros, la música y la radio le acompañaron hasta los últimos momentos de su vida, que se apagó en mayo del pasado año. La televisión, que tanto devora, guardó luto por él. Un par de minutos, pero lo hizo.