Lugar: Estación Atxuri.
Hora: 12.30 horas.
Recorrido. Atxuri- San Mamés.
AL menos llevaba una década sin acercarse por la estación de Atxuri, punto de inicio del recorrido en tranvía con Iñaki Uranga. El cantante era un niño cuando acompañaba a su aita a la estación para coger el tren que les llevaba a la localidad costera de Bermeo. “A mi padre le encantaba pintar los puertos y yo le solía acompañar todos los fines de semana”, afloran sus recuerdos esperando al tren. “Hace diez años vine a Atxuri con mi hijo a sacarle la tarjeta de metro”, añade. 12.30 horas y comienza el viaje en tranvía por el que a través de sus cristaleras se ve el Bilbao moderno, esa ciudad que sin dar la espalda a su pasado ha sabido convertirse en una urbe de vanguardia, que abre los brazos al mundo. Una ciudad que nada tiene que ver con aquellos años en los que él recorría el mundo cantando con el histórico grupo Mocedades de los Uranga. “Siempre hemos viajado estando muy orgullosos de nuestra ciudad porque siempre ha tenido encanto. Sin embargo, hay que reconocer que hemos pasado del negro al blanco”, explica.
Se cierran las puertas y el tren inicia ese recorrido que para Iñaki es “relajante”. “Ir sin prisa a un sitio y montarme en el tranvía es una maravilla. A mí me gusta mucho. Otros medios de transporte, como el avión, no me relajan para nada”, asegura.
El edificio del colegio García Rivero se asoma en el lado izquierdo y en ese instante regresan a la memoria del cantante lo que sucedió aquel maldito agosto del 83 en la capital vizcaina. En las riadas, Iñaki se calzó las botas y arrimó el hombro para achicar agua y sacar el barro que se había acumulado en el centro. “Fue terrible”, comenta. Aquella mañana Iñaki, un jovenzuelo de 22 años y su familia se encontraban en Sopela. “Me dijo mi aita: ¿A dónde vas? Le contesté que a Bilbao. Sentía que tenía que ayudar. No me podía quedar en casa de brazos cruzados, sabiendo lo que había sucedido en la ciudad”, explica. Sin embargo, no supo la gravedad de la situación hasta que el cantante no se acercó hasta la villa aquella mañana de agosto. Las intensas lluvias que se concentraron en pocas horas marcaron un antes y un después en la ciudad. En ese momento el tranvía hace parada en el Arriaga. “La imagen del teatro anegada, las calles del Casco Viejo repletas de barro, negocios destrozados... Todavía me acuerdo cuando entré por el portal de mi casa y vi a la joyera llorando: Lo había perdido todo”.
El tranvía prosigue su recorrido. La gente sube y baja mientras que Iñaki reflexiona sobre lo que más le llama la atención del Bilbao de hoy. “Me sorprende pasar la pasarela Calatrava y escuchar tres idiomas distintos”. En varias zonas por las que pasa el tren la ría ocupa un papel clave; Bilbao la mira de frente. “Antaño vivíamos de espaldas a la ría. ”, exclama.
El titanio comienza a brillar a lo lejos. En la parada del Guggenheim se sube una amama con su nieto. El tranvía va lleno; nos incorporamos e Iñaki les cede el asiento para que puedan realizar el viaje sentados. De pie, contempla a través del ventanal esa zona en la que se ubica desde hace más de dos décadas la obra de Frank Gehry y que también llama la atención del cantante. “A eso le llamábamos el bronx; era un horror. Daba miedo”, comenta. “Nadie daba un duro por este museo y fíjate todo lo que ha traído a Bilbao y a Euskadi”, añade.
Son muchas las mañanas que Iñaki recorre el paseo de la ría a pie para intentar mantenerse en forma. “En busca de la forma perdida es el proyecto que aplico siempre que puedo”, dice entre risas. El centro comercial Zubiarte, el edificio de la biblioteca, el Palacio Euskalduna, el nuevo estadio de San Mamés... “¡Ay, Bilbao, cómo has cambiao!”.