LA digitalización no puede con todo lo que encuentra en su camino. Kodak, muchos piensan que fue enterrada por Instagram y la facilidad de sacar fotografías con un iPhone. Es decir, por dos ejemplos de la era digital. Nada más lejos de la realidad: ha revivido y con bastante fuerza. La fotografía digital no puede hacer frente a la analógica tradicional en términos de calidad. Lo mismo ha ocurrido con los discos de vinilo: la calidad de audio en ese formato es imbatible para cualquier soporte digital. Las ventas de discos de vinilo están alcanzando nuevos récords de sus últimos 25 años.
Con los libros, está ocurriendo algo parecido. Pensamos que la digitalización de la lectura era algo infrenable. A ello, seguramente haya contribuido que estemos introduciendo dispositivos digitales en los colegios (portátiles o tablets, por ejemplo), o que en los grandes recintos comerciales se vendan cada vez más dispositivos digitales para la lectura de libros. ¿Qué tienen en común un libro, un disco de vinilo o la fotografía? Que la era digital no ha ofrecido un valor añadido diferencial. Más bien, al contrario: el servicio o producto, es peor. Y, por lo tanto, el humano decide seguir consumiendo aquello que le ofrecía mejores prestaciones.
Preferimos leer en papel. Mejor expresado: comprendemos mejor lo que leemos cuando lo hacemos en papel. Esa es la conclusión a la que han llegado con un conjunto de investigadores, liderados por Rakefet Ackerman. Cuando leemos en una pantalla digital, nuestro cerebro no asigna bien los recursos cognitivos (cerebrales) necesarios para ello. Se sobreestima lo que vamos a aprender y, por lo tanto, no nos molestamos en dedicar todo lo que necesitaríamos para consolidar lo que leemos. Estos formatos digitales, por lo tanto, nos llevan a una lectura más superficial, algo muy propio de esta era digital en la que los ratios de atención y de dedicación a la lectura profunda han caído en picado.
No es de extrañar que muchos de los que dedicamos buena parte de nuestra actividad diaria a interaccionar con dispositivos digitales, prefiramos seguir leyendo en papel. A mi me ocurre tanto con el periódico como con libros, donde la superficialidad, no es buena consejera. Las leyes de la digitalización, a veces chocan con experiencias humanas que no son capaces de mejorar.
Este comportamiento también se da en la escritura. En 2014, el psicólogo cognitivo Stanislas Dehaene destacaba la importancia de seguir escribiendo a mano. La explicación no es muy diferente a lo que nos sucede cuando leemos en pantallas digitales: no dedicamos todos los recursos cerebrales necesarios para ello. La escritura manual activa de manera automática circuitos neuronales únicos, que permiten posteriormente un mejor aprendizaje. Este efecto seguro que lo hemos notado muchos y muchas en nuestro día a día de estudiantes y en el trabajo. Yo, por ejemplo, voy con un cuaderno a todas las reuniones y a las clases, de tal manera que pueda consolidar ahí las notas y el trabajo a realizar posteriormente. De hecho, otros dos investigadores, Mueller y Oppenheimer, expusieron cómo aquellos estudiantes que tomaban apuntes a mano, obtenían mejores resultados en los exámenes posteriormente. Supongo que llevado al trabajo, hará que nos acordemos mejor de lo que tenemos que hacer.
Si la lectura y escritura se producen mejor sin tecnologías digitales en el medio, ¿por qué seguimos afanados en introducirlas en los sistemas educativos sin mayor control? El procesamiento de la información (obtención, lectura y escritura) es nuclear en cómo aprendemos. Por lo que quizás debamos aportar algo más de evidencia a la toma de esas decisiones. ¿Es bueno que nuestros niños y niñas estén interaccionando con medios digitales desde pequeños? ¿Es bueno que sus creaciones sean cada vez más sobre dispositivos digitales y menos de manera manuscrita? Hay numerosas evidencias (las expuestas aquí y otras) que apuntan en otra dirección.
Las leyes universales de la digitalización no son aplicables a todo.