ENCLAVADA en la comarca del Txorierri vizcaino y regada por el río Asua, Loiu debe su nombre a su aeropuerto, el elemento dinamizador del proceso de industrialización que se ha desarrollado en la zona en los últimos años. A pesar de ello, aún conserva su carácter rural y plantea una visita interesante para disfrutar de sus iglesias, ermitas, molinos, casas curales y su rica gastronomía.
Cercana a Bilbao, a la que la anteiglesia perteneció hasta su desanexión en 1983, la ruta por Loiu puede iniciarse en su núcleo principal, el barrio de Zabaloetxe. En torno a la plaza se sitúan la Casa Consistorial, el frontón, el Aula de Cultura y la iglesia de San Pedro Apóstol, un edificio de origen medieval, del siglo XII, que conserva varios elementos góticos, como dos puertas de arco ojival, en la línea isabelina.
Una de ellas, situada bajo el pórtico, es de gran calidad artística, y merece la pena detenerse ante su órgano de roble, de seis metros de ancho, ocho de largo, dos de fondo, 1.200 tubos y 21 registros. Resulta singular porque es el primero construido en este siglo en Bizkaia y está decorado siguiendo la distribución y colores: azul (plasma el cielo), verde (los campos y la tierra), y rojo (emula el potente viento del órgano) del altar mayor.
En los alrededores del casco urbano se levanta la ermita de San Miguel, que fue centro de reunión del clero de la Merindad de Uribe, y el palacio Larraburu, del siglo XVIII. Es un edificio aglomerado, con acceso adintelado adovelado en medio de la planta baja, sobre la que va un balcón. Una cornisa recorre el perímetro alto de los muros. No muy lejos sobreviven diversas casas rurales.
Por otra parte, en las inmediaciones de Loiu, el visitante se sorprenderá ante la existencia de varios molinos harineros. Desde el Ayuntamiento destacan como reseñables, entre otros, el de Txitorreta, Errotatxu y Goiengo Errota. Este último sigue aún en funcionamiento.
El visitante no debe abandonar la anteiglesia sin pasar por la ermita de San Esteban, del siglo XVII y que lamentablemente perdió su bóveda original, y las Casas Curales, dos edificios iguales, austeros y sometidos a una rígida organización en fachadas. Datan de 1801, siguiendo los planes de Juan de Zabala y Juan Antonio Acha, interpretando dignamente la arquitectura académica.
A todos estos encantos debe sumarse su oferta gastronómica y un hotel. Y mezclando comida y tradición, destaca el baserri Bengoetxe, del siglo XVI, con esqueleto de madera, soportal entre postes y galería de seis ventanas recortadas con arco rebajado. Tras gozar de su vista se puede comer en él, ya que acoge el restaurante Aspaldiko.