Bilbao - En la fría madrugada del domingo de este frío enero se nos ha ido Txetxu Ugalde. A sus 56 años, el periodista bilbaino con alma y genes bakiotarras nos dejó huérfanos de su sonrisa y su sentido del humor después de luchar contra un cáncer durante 18 meses.

Nacido en Bilbao en junio de 1960, dio sus primeros pasos entre su Indautxu natal y ese Bakio en el que hundía sus raíces familiares y donde terminó asentando su vida. Allí, entre las vistas de Garai y los interminables días de fútbol en la campa de Luisene, donde impartía clases con su zurda, creció soñando con emular a su padre, marino de profesión, e imaginó aventuras en todos los mares y puertos del mundo.

Pero el destino le marcó otro porvenir. Su imaginación y su facilidad de palabra le tenían reservado un sitio entre las máquinas de escribir, los micrófonos de radio y los focos de los platós de televisión. Antes de lograr su licenciatura en Ciencias de la Información, estudios que realizó en la Universidad del País Vasco, hizo sus primeros pinitos en JMC Radio, una emisora local de Portugalete donde, en compañía de amigos de la facultad, realizaba un programa deportivo. Estas relaciones le abrieron las puertas de DEIA, donde en la primera mitad de los 80 colaboró también con la sección de Kirolak.

Inquieto, y viendo que en aquellos años el mundo del periodismo tenía muchas puertas abiertas, se embarcó en su aventura malagueña. Junto a otro ilustre de la prensa deportiva bilbaina como Jon Rivas, emigró a Marbella para trabajar en La Tribuna. Fueron años duros, de mucho trabajo y poco dinero, aunque luego Txetxu solo quería recordar los buenos momentos, las visitas del Athletic, su Athletic, a La Rosaleda y los gazapos de un periódico en el que la ilusión suplía a los medios.

Su siguiente paso le llevó a Madrid. La redacción de Marca significó su doctorado en esta profesión. Allí aprendió que “las páginas no son de chicle”, mientras tenía que ajustar las interminables crónicas de Belarmo; supo que firmar sus trabajos como T. Ugalde podía provocar que un día apareciera su apellido precedido por el nombre de Tarsicio. Y mientras crecía laboralmente seguía añorando y volviendo cada vez que podía a ese Bakio que ya no se parecía al de su niñez pero que le tenía prendado.

Así que cuando tuvo la oportunidad de volver a Bilbao no lo dudó. Radio Euskadi fue su destino y el trampolín que le lanzó a Euskal Telebista. Primero como hombre del tiempo, lo que le familiarizó con isobaras, anticiclones y borrascas; después, como presentador de informativos, donde su compromiso contra la violencia le granjeó más de un disgusto. Vehemente, defensor de la verdad y creyente de sus ideas, su desparpajo y naturalidad ante las cámaras -“no se puso nervioso ni en las pruebas de selección”, me comentó una vez un profesional de ETB- le convirtieron en una celebridad cuando pasó a presentar el magacín vespertino de la televisión pública vasca Lo que faltaba, junto a Yolanda Alzola.

Asentado ya en Bakio, el lugar por donde podía pasear tranquilo sin que le parasen a saludar a cada paso, formó una familia junto a Txus, con la que tuvo tres hijos: Lander, Ina y Jose. Su casa, con las puertas perennemente abiertas, fue desde entonces su refugio, el punto de reunión con sus familiares y amigos, y la gota de dolor que supuso el “que ama”, fallecida poco antes de que se mudara a su nuevo hogar, “no la pudiera conocer”.

La recta final Tras dejar Euskal Telebista, participó en múltiples proyectos profesionales hasta que encontró su sitio en Radio Popular. Allí dio los últimos pasos en una profesión que amó desde el primer día hasta el último y allí preparaba un ambicioso proyecto de un programa deportivo que el cáncer truncó en los albores del verano de 2015.

Un año después, en la pasada Aste Nagusia, Txetxu fue elegido Villano de Honor -junto a ilustres bilbainos como Aitor Elizegi, Borja Elorza y Baly-, reconocimiento que sintió como “una gozada que me llena de orgullo”, aunque su ironía no le impidió reconocer en su círculo íntimo que “hay que estar muriéndose para que te den un premio”.

Desde entonces su vida fue otra lucha. Una pelea que afrontó sabedor de su desventaja, pero a la que nunca perdió la cara ni la sonrisa. Siempre que le fue posible acudió a cada cita en la que era esperado, reunió a sus amigos en torno a su mesa en una comida con sabor a despedida, solicitó sin ambages -“Javi, me voy a morir sin conocer tu casa”- que le invitaran a disfrutar cada momento, nos reunió a sus viejos compañeros de profesión en un txoko para rememorar viejas historias y desvelarnos sus nuevas compañeras, las secuelas de su maldita enfermedad. Todo, sin un mal gesto, con esa sonrisa que cautivaba y, como buen comunicador, sin ocultar un detalle.

Se ha ido en silencio. Y aquel niño que soñó un día con ser marino, navega ahora por otros mundos contando a quien quiera escucharle cualquier noticia, cualquier detalle, con una sonrisa y sin perder su socarronería.

Su funeral tendrá lugar esta tarde en la parroquia Santa María de la Asunción, de Bakio, a las 19.00 horas. Goian bego eta beti arte.