bilbao - ¿Qué barreras sociales se encontraron en Baltistán sus dos hijas sordomudas?

-No tienen ninguna oportunidad para tener una buena educación, al menos en Baltistán. La sociedad no tiene una buena noción de lo que puede llegar a hacer una persona sorda. Pueden llegar a trabajar como cualquier otra persona, pero la sociedad de Baltistán no lo percibe así. Piensan que solo pueden dedicarse a trabajos de casa y puramente físicos. Esto a mí, siendo mis hijas sordomudas, me crea un gran dolor y una gran pena. Un problema añadido es que son niñas, no niños.

¿Qué objetivo tiene su Fundación?

-El objetivo que nosotros tenemos es demostrarles que pueden tener una vida totalmente autónoma y que no tienen por qué ser una carga para la sociedad. No solo eso, sino que pueden contribuir al desarrollo de la sociedad. Nosotros empezamos yendo casa por casa mostrando a los padres vídeos y fotos de gente sorda que trabaja igual que el resto de la gente. Así podían darse cuenta de que sus hijos podían recibir una educación y ser parte de la sociedad. Les estamos enseñando el lenguaje de signos, tanto en paquistaní como en inglés norteamericano. Les enseñamos a leer y escribir. Y también nos dedicamos a ir a las ciudades más importantes de Pakistán para que vean cómo la gente sorda adulta trabaja totalmente inmersa en la sociedad.

¿Han creado un lenguaje de signos en su idioma o ya existía?

-Sí que había uno en Karachi, pero solo contaba con mil palabras. Hoy en día tiene más de cinco mil palabras. Lo que hacemos es mandarles las palabras nuevas que creamos cuando creemos que algo hay que introducirlo en ese diccionario.

¿Ve viable formar a más profesores de su región en técnicas de enseñanza para sordomudos?

-Es algo muy importante. Por ejemplo, en Skardu, donde está la escuela, no había posibilidad de hacer ningún tipo de formación en lenguaje de signos. Mi marido y yo ya teníamos una formación básica y lo que hicimos es coger a otros dos profesores de la zona y los llevamos a Karachi, una ciudad donde todo este tema está mucho más avanzado. Mi marido y yo recibimos una formación avanzada y a los dos profesores que llevamos y que no conocían el lenguaje de signos les dieron una enseñanza básica.

¿Por qué ha creado la escuela en su propia casa?

-Todo empezó cuando llevamos a nuestras hijas a Karachi para que recibieran una educación en condiciones para sordos. Me sorprendió mucho ver a niños sordos pudiendo recibir una educación, lo felices que eran, sobre todo en su tiempo libre, y la capacidad que tenían de comunicarse. Yo dedicaba dos horas al día solamente a observar a los niños en su tiempo libre para ver cómo se comunicaban y cómo vivían. Hice una petición a los que gestionaban esa escuela en Karachi para abrir una en mi zona, en Skardu. Me dijeron que era una zona demasiado remota, que era demasiado caro hacer allí la escuela y mantenerla. Nos ofrecieron formarnos a mi marido y a mí para poder ser profesores de lenguaje de signos. Mi marido es ingeniero y ya tenía un trabajo bien pagado. Yo era profesora a tiempo parcial y no teníamos demasiado tiempo. Y menos cuando me hicieron un contrato a jornada completa. Pero tomamos el curso y en lugar de quedarnos en Karachi, donde podíamos haber tenido un sueldo mucho mayor, decidimos volver a Skardu. Empezamos solo con dos niños y ahora ya tenemos 26. Nuestra casa, en parte, se ha convertido en una residencia para estudiantes porque algunos se quedan a vivir en ella. Lo que hacemos es mantenerla con parte de nuestros sueldos. Por la mañana trabajamos en nuestros trabajos y por la tarde nos dedicamos a la escuela.

Usted cubre los gastos de seis de esos niños.

-Sí. Hay cinco familias que no se pueden permitir la educación y hay una que no le da importancia a la educación y directamente no quiere pagarla. Nosotros pensamos que el hecho de que la familia no pueda pagarlo o no valore la educación no tiene que ser un obstáculo para que los niños reciban esa educación. Por eso nos hemos hecho cargo de los gastos.

¿La idea es que salgan formados hacia un tipo concreto de oficio?

-El objetivo final de la escuela es crear un modelo de empoderamiento. No queremos dar solo una formación teórica, porque así nunca podrán ser completamente independientes. Aunque ahora no tenemos muchos recursos, porque los equipos para trabajar de forma práctica cuestan mucho dinero, sí que hemos conseguido media docena de ordenadores portátiles y estamos dando clases de informática. Todos nuestros alumnos saben cómo utilizar un ordenador. A largo plazo los objetivos, después de enseñarles una formación práctica, es montar una tienda en el pueblo que esté llevada por personas sordas y que puedan vender allí sus productos. También darles clases de cocina para que puedan montar su propio restaurante. Además, queremos formarlos también como intérpretes de lenguaje de signos y crear acuerdos con compañías para que puedan trabajar en ellas como interpretes, pero a la vez adquirir los conocimientos del sector de esa compañía.

¿Cómo puede la ciudadanía vasca ayudar a este proyecto?

-Venir aquí y ver más cosas me ha servido para abrir la mente. El otro día estuve en un lugar en el que trabajaban 300 personas con discapacidades y eso me impactó mucho, porque yo vengo de una zona que está muy aislada por montañas y donde la mayoría de la gente no ha salido de allí. Para ellos es muy difícil imaginarse algo así. Y más siendo mujer como yo, debido a los problemas que hay relacionados con el género y al nivel al que puede llegar una mujer en Baltistán. Yo me he encontrado muchas barreras en mi camino, pero empecé intentando ayudar a mis dos hijas y, cuando lo conseguí, me di cuenta de que también tenía que ayudar al resto de la sociedad. Ahora tenemos 26 niños. Así que el mensaje que daría a la sociedad vasca es que, si se quiere, se puede. Pero no hace falta hacerlo solo. Siempre hay que ir buscando apoyos alrededor y unidad. Allí me ha ayudado gente de Euskadi y creo que todo el mundo que quiera apoyar una causa, puede hacerlo.