Dirección. Diego Quemada-Diez. Guión. Lucía Carreras, Gibrán Portela y Diego Quemada-Díez. Reparto. Brandon López, Rodolfo Domínguez, Karen Martínez, Carlos Chajón
LA jaula de oro no le beneficia una sinopsis ruda. En los últimos años han florecido las películas que narran dramáticos relatos de inmigrantes que llegan a un país más desarrollado económicamente e intentan reinventarse (o simplemente sobrevivir). No es una película canónica sobre la inmigración: lo importante no es tanto la llegada sino compartir junto a unos amigos la odisea hacia lo desconocido. Un viaje desde la inocencia hacia la desolación.
El director novel Diego Quemada-Diez ha podido acoplarse a algunos de los mejores directores del cine actual. Fue uno de los asistentes en Tierra y libertad, de Kean Loach. Su segunda incursión fue en Cosas que nunca te dije, de Isabel Coixet. Después, vinieron colaboraciones con Oliver Stone, Spike Lee o Alejandro González Iñarritu. Gracias a una beca, pudo defender en el Festival de Cannes su primer largometraje: La jaula de oro. Con ese curriculum llega a la cartelera un director que nos visitó en el Zinemaldia: un autor observador, meticuloso y humilde, que no quería sentar cátedra sobre el complejo mundo de la inmigración sino centrarse en unos amigos casuales que crean un fuerte vínculo.
La cámara recorre las chabolas de los protagonistas, personajes reales que saben transmitir la autenticidad de un viaje (o simplemente huida). Menores que actúan como adultos en un mundo duro y poco solidario. Por eso, resulta arrebatador cómo construye el director el relato: desde la confianza en los actores-personajes. Brandon López y Karen Martínez son dos adolescentes guatemaltecos de 16 años que fueron escogidos para protagonizar el filme en un casting realizado en diversas zonas marginales de la capital de Guatemala, en el que participaron más de tres mil jóvenes. Desde Guatemala emprenden un viaje hacia Estados Unidos para recorrer en un tren una geografía de la desesperación.
Hablábamos del casting, de actores que vocalizan con dificultad, para sus adentros. Verosímiles, en todo caso. Cada personaje deja una huella en el espectador al acoplarse perfectamente de forma armónica: el receloso, la confiada y el buenazo necesitado de comunicación. Así es como la película gana enteros a medida que avanza hacia Estados Unidos.
El director prefiere emplear la palabra migración y hablar de seres humanos que afrontan la pobreza desde la necesidad y la ilusión. Sabe hacer una pausa en esos momentos en los que no son más que jóvenes que experimentan la amistad o el jugueteo del amor. No es un drama que recopila solo las durezas del camino y no cabe duda de que los problemas no tardarán en llegar.
La jaula de oro es una película de claroscuros y de mucha dureza, pero donde brotan estimulantes momentos de vitalidad y esperanza. Es lógico que los actores hayan recibido los elogios más encendidos: cuando ríen lo hacen de verdad; cuando lloran parece que lo hacen de verdad. Montados en el tren o en los momentos de espera, recoge testimonios de otras muchas historias que no llegarán a ser contadas: historias de miles de jóvenes anónimos desamparados que ponen su vida en peligro para salir de sus chabolas y soñar con algo mejor.
La mirada social del director se centra en un tren en el que todos, conocidos y desconocidos, comparten un sentimiento común. El director ha sabido investigar sobre el terreno y encarar directamente la odisea desde dentro: con una cámara que acompaña a los jóvenes, en sus risas y confidencias. Las últimas escenas de las películas tampoco dejarán indiferentes a nadie.