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Prisioneros en la letanía de la gran ciudad

Prisioneros en la letanía de la gran ciudad

Dirección. Sean Ellis. Guión: Sean Ellis y Frank E. Flowers. Fotografía: Sean Ellis. Reparto. Jake Macapagal y John Arcilla. Producción. Reino Unido y Filipinas.

UNA fotografía esplendorosa de un paisaje cegado por la belleza de un arrozal inaugura Metro Manila, ahora que a Filipinas le han arrebatado parte de su memoria a causa del tifón Haiya. Como en toda excolonia, en la película todavía quedan restos y huellas de un legado y un pasado que convive con el tiempo presente. Por un lado, la zona rural permanece aparentemente apacible y tranquila (aunque más adelante veremos que esconde un secreto). Y por otro lado, la capital de Filipinas, una jungla poco amigable para aquellos que están acostumbrados a confiar en la gente. El cine siempre se ha interesado por la dualidad entre el pueblo y lo recóndito y la civilización de la ciudad o la modernidad. Es una historia que siempre se repite: el deseo de una familia que intenta adaptarse a un nuevo medio.

No hace falta pensar mucho para intuir que la familia protagonista, con dos niñas a cuestas, va a pasarlo mal entre el ruido del asfalto y la vileza de ciertas personas que pretenden engañarles. Sin embargo, un aura de benevolencia recorre a los personajes, que destilan cierta autenticidad, como si ya hubieran transitado antes por senderos más ruinosos. De hecho, el director británico Sean Ellis tenía claro que debía contar con personas que fueran capaces de transmitir sentimientos ambivalentes: miedo y determinación, dos de los sentimientos que mejor definen a los personajes.

Una vez decididos los actores, Sean Ellis habló con ellos. Los diálogos originales estaban en inglés y los actores se encargaron de hacer las traducciones al tagalo. El director no quería contarnos una historia vista por un extranjero sino un relato de un ritual: la llegada de un tortuoso mundo de codicia y hampa. Es importante la mirada de Ellis, que revive un relato que en papel no resultaría tan llamativo. John Sayles quiso llevar a la gran pantalla Amigo; una historia sobre la guerra de Filipinas, al considerar que era un capítulo desconocido para la mayoría de los estadounidenses. Vio, llegó y falló. Ellis, en cambio, llegó, vio y convenció.

La historia de Sean Ellis es distinta. Como el visitante que está reconociendo por primera vez un acto, el realizador presenció una imagen que le impactó muchísimo en las calles de Manila. Dos empleados de una compañía de furgones blindados discutían violentamente. Un hecho que podría ocurrir en cualquier parte de mundo. Llevaban armas M16, cascos Kevlar y chalecos antibalas y no paraban de gritar frente al furgón. Entonces era un simple turista que estaba visitando a un amigo. Poco a poco, el turista dejó paso al cineasta y la inventiva de Ellis, autor de tres largometrajes y varios cortometrajes, empezó a gestar una historia que procedía de una anécdota.

Metro Manila es una trágica historia que nos conmoverá poco a poco. Al principio, entre esos lugares comunes de huida, asentamiento y adaptación, esa familia vivirá ciertas situaciones límites. A los espectadores del Festival de Sundance les gustó y le otorgaron el Premio del Público. También ha tenido el honor de estar entre los elegidos para representar a Gran Bretaña en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa. La amoralidad que recorre las calles y casas de Metro Manila es la muestra de una sociedad que se desintegra: solo la belleza y la suerte parecen abrirse camino en un estado de putrefacción.

Metro Manila, ese lugar donde lo paramilitar y lo civil conviven, es un territorio cinematográficamente interesante: las escenas finales reconfortarán al público mayoritario. Una película menudita y talludita que aspira a envolver al espectador con su ambiente cegador. Podría llamase Supervivencia, o simplemente aliento de esperanza. Hotel Esperanza.