Un suizo en Bilbao...

Sí. Ya estaba muy visto aquello de un americano en París.

¿Enamorado de la ciudad?

Ahora sí, ahora soy un bilbaino suizo antes que un suizo bilbaino pero no le cuento lo que pensé la primera vez que vine.

¡Venga, dele!

Todo negro, sucio, triste. Venía de vez en cuando para visitar a la familia de la que hoy es mi exmujer y alquilaba un piso en Laredo. Y hoy, la ve... No sé si yo he abrazado a Bilbao o Bilbao me ha abrazado a mí.

¿Qué tienen esos ojitos que le han vuelto loco, que le han vuelto loco?

La ciudad no para. Siempre tienes algo que hacer: teatro, música, lo que sea. Y si te caes al suelo y te levantas, te encuentras con un restaurante donde comes de fábula.

¿Cumplió los sueños que traía cuando dejó Suiza?

Yo he sido un trotamundos que ama al caballo por encima de todas las cosas. Pero tengo que estrechar tres manos antes de morirme: la del alcalde Azkuna, que ya lo hice; la de Karlos Arguiñano y la de Fernando Alonso. Ya ve, no soy perfecto.

¿De ahí el sombrero de cowboy?

Sí, claro. Pero ya no monto. Con 55 años tuve una caída seria y prometí a mi ángel, a mi compañera, que lo dejaba. Hice hasta un funeral; quemé todos los apeos con unos lagrimones que no vea...

¿Qué le dio el caballo?

Es más noble que una gran mayoría de las personas que he conocido. Y es un animal con carácter: si está enfadado, te lo hace saber. No es un juguetito de mascota, es un señor animal.

¿Los añora en la ciudad?

Indautxu no es el lugar idóneo para un animal. Hubiese tenido perros -me gusta el setter irlandés, que está loco como yo...-, pero no se puede tener un animal a ratos. Necesita un amo, alguien que le atienda y le domine. Y la ciudad no te permite eso.

Comenzó su singladura en San Juan, allá en Alicante...

Un par de cosas me salieron mal y me centré en lo que mejor hacía, el helado. Llegué a ser campeón del mundo de soft-ice casi sin saberlo.

Explíquese

He trabajado durante muchos años de manera ambulante. Un día me sacaron unas fotos y grabaron un vídeo. ¡Bah, turistas!, pensé. Al de un tiempo me enteré que eran miembros de un jurado.

¿La calle curte?

¡No vea! Odio la rutina, me come. Me encantaba el ir de un sitio a otro, acercándote tú a la gente. Tuve mi sitio pero luego la cosa se complicó. Vinieron a por lo suyo. La calle se convirtió en una mafia.

¿No estará todos los días entre bares y museos?

También veo espectáculos callejeros, ja, ja, ja. Aprecio del bilbaino que sabe disfrutar pero que es serio y profesional. Te dicen algo y lo cumplen, son buenos en lo suyo y de fiar. En otros sitios el que esquila ovejas por la mañana a la tarde te corta el pelo... ¡No me jodas!