Como si de una obsesión se tratara, los terrenos de juego se multiplican en la exposición que acoge estos días el Museo del Athletic. Detrás se encuentra Karapet Aratiunian, Karó, un artista armenio que imprime a su trabajo color y líneas, tanto curvas como rectas. Para él, un campo de fútbol es el "cosmos" y el fútbol "el juego cósmico" de donde se extrae la "conciencia". No quiere que sus obras sean elementos estáticos, sino que tengan movimiento y, para ello, usa las esvásticas. "El campo está fijo pero las banderas, que son las esvásticas, tienen movimiento", apunta Karó, que expande su forma de ver el mundo a la escultura donde une a "Jorge Oteiza y Eduardo Chillida, el lleno y el vacío".

Entre las obras que componen la exposición de San Mamés se encuentra una que no podía tener otro nombre: La Catedral. Centenares de terrenos de juego se divisan en un óleo en blanco y rojo. "Este es un nuevo icono que estoy introduciendo en la civilización. Antes pintaba iconos religiosos pero hay un camino de cinco o seis años donde tenía unas vivencias que expresar", relata Karó.

En el periodo comunista de la URSS, Karó fue uno de los artistas más reconocidos. Llegó a Bilbao hace dos décadas -"la última vez que fui a Armenia fue a enterrar a mi padre"- y en aquel entonces su pintura describía iconos. Pero esas "vivencias personales" provocaron un giro radical en su forma de expresarse artísticamente. De utilizar la pintura en sus cuadros pasó a un tono rojizo muy humano. "Mi penúltima exposición fue creada con mi propia sangre sobre los espejos", explica el armenio.

"En aquella época estaba en la calle y me invitaron a hacer una exposición en la cafetería Sarea. Invertían en mí y compraba lienzos y pintura negra porque dibujar lienzos con tubo es fácil", cuenta Karó. "Pintaba campos de fútbol con pintura negra siguiendo unas líneas de estética. Pero la obra tenía que avanzar. Después del blanco y negro, el siguiente paso es la sangre", subraya el armenio sin un atisbo de duda. "Me hago una mutilación. En el primero, hice dos campos de fútbol cruzados sobre mi frente. Sobre los lienzos hice simples campos de fútbol con sangre", revela.

Esa primera muestra de obra con el ADN de Karó se compuso de 13 trabajos. Mientras estuvo expuesta en la cafetería Sarea, Karó vendió varios cuadros a jóvenes que se interesaron por su obra. "Cuando llegaron a su casa y les dijeron a sus padres que estaban creados con sangre, estos les obligaron a dejar fuera los cuadros", cuenta entre risas. Cuando volvieron a su propiedad, algunos de los cuadros se convirtieron en cenizas. "Quemé nueve de ellos porque tenía que ser así. Esa era la salida al desarrollo de la exposición. Cuando se apagó el fuego, quedaban las hebras de los lienzos, un alambre de acero y las grapas. El alambre de acero se lo di al bar Sarea porque le pertenecía. Las grapas las guardé para mi próxima sangre".

Esos cuadros en los que empleaba su propia sangre los puso a la venta por 13,50 euros. Ahora sus obras han subido de cotización. Aquellos precios quedaron atrás. De las obras que hay en el museo rojiblanco, la más barata es Anunciación, que está valorada en 2.000 euros, mientras que El caballero andante asciende a los 12.000.