En qué andarían pensando los inventores allá por los años 50 que a todas sus creaciones les incrustaban un palo. Sin desmerecer a la Tina Turner de la limpieza, la melenuda fregona, el chupa chups ideado por el catalán Enric Bernat revolucionó el mundo y parte de la estratosfera. De hecho, fue el primer caramelo ensartado lamido en el espacio por astronautas de la estación rusa MIR. Ahora que el fundador de la compañía ya no está -falleció en 2003 a los 80 años de edad-, a los trabajadores de la planta asturiana donde se fabricaron las primeras unidades les han dado otro palo al anunciarles el inminente cierre de la factoría. Una decisión que amargará la historia de uno de los dulces más nostálgicos.

La plantilla de Chupa Chups no se ha quedado de brazos cruzados. En respuesta al varapalo, han recogido firmas, repartido panfletos en el aeropuerto de Asturias, lanzado huevos y pintura contra los coches de los directivos y cortado en más de una ocasión la carretera N-634. Todo con tal de que el grupo italiano-holandés Perfetti Van Melle, al que pertenece la marca desde 2006, dé marcha atrás y no eche la persiana de la fábrica de Villamayor, en Piloña, el próximo mes de septiembre, tal y como tiene previsto.

El Expediente de Regulación de Empleo (ERE) presentado por la compañía, que trasladará la producción de chupa chups al centro de Sant Esteve de Sesrovires, en Barcelona, afectará a 121 empleados fijos y 180 eventuales, de los cuales serían recolocados unos 60. La dirección de la multinacional alega "causas económicas, productivas y de organización" para justificar el ERE, pero los sindicatos insisten en que no hay razones para cerrar la planta asturiana en la que se gestó el original caramelo.

El Principado de Asturias también ha tomado parte en el conflicto. A principios del pasado mes de junio el consejero de Industria y Empleo, Graciano Torre, denunció que la dirección de Chupa Chups no ha cumplido su parte del contrato tras recibir ayudas públicas por valor de cinco millones de euros desde el año 2000. El grupo empresarial se comprometió a asegurar el mantenimiento del empleo y la actividad económica a cambio de dichas subvenciones, cosa que ahora parece haber olvidado. La advertencia del Gobierno asturiano es clara. Si la compañía no desiste en su idea de cerrar la fábrica de Villamayor, deberá devolver el importe de las ayudas, así como los intereses legales correspondientes.

Mientras la plantilla de Chupa Chups y los directivos andan metafóricamente a palos -sindicatos y dirección retomaron ayer las negociaciones-, el anecdotario del caramelo de cuello largo endulza las crónicas de los periódicos.

De 127 sabores Al desenvolver la historia de esta chuchería universal -hasta 1997 se habían vendido 40.000 millones de chupa chups en todo el mundo-, resucita el ingenio de Enric Bernat, quien en 1957 tuvo la clarividente idea de que los niños comieran las pringosas bolas azucaradas, que se metían y sacaban de la boca con las manos, con un tenedor. Para ahorrar costes y peligros, finalmente sustituyó el cubierto por un inofensivo palito.

Bautizado como Chups a secas, salió a la venta un año después al precio de una peseta, prohibitivo para los años 50, pero con el que se quería distinguir la calidad del producto, que adquirió su nombre actual a raíz de un anuncio cuyo eslogan era chupa Chups. Fabricado en 127 sabores, tan exóticos como daiquiri, manzana al horno o chile, como tarjeta de presentación en el exterior utilizó su logotipo, diseñado en una hora por Salvador Dalí. Ahora cuenta con filiales en 170 países. Pena que su fábrica original vaya a durar menos que un chupa chups a la puerta de un colegio.