NI airbags, ni cierre centralizado, ni elevalunas eléctrico. En la cabina del Pegaso 170 Europa de Cipriano Solarana, alias Panín, no parece transcurrir el tiempo. Un salpicadero de Cuéntame, una bocina que se acciona tirando de una cuerda, el tapizado del techo ribeteado con flecos... Sólo las canas que jaspean la barba del dueño delatan el paso de los años. El camión parece una miniatura aumentada. O una pieza de museo. Pero no. Este transportista cántabro lo arranca a diario para distribuir alimentos a distintos establecimientos de Bizkaia. El volante tiembla como el de los autobuses de antaño, el motor ruge y a él, desde su austero asiento, le suena a música celestial. "Para mí es como si el camión sería una parte de mi cuerpo", confiesa.
Panín no exagera. Este Pegaso es su vida y, como tal, la cuenta con todo lujo de detalles. Desde el principio. "El camión lo matriculó la empresa de transportes Gerposa el 21 de marzo de 1974 en Santander. Se estrenó llevando puntas desde Los Corrales de Buelna a Cádiz. Yo se lo compré hace 29 años a José Díaz, otro transportista. A los cinco o seis años se lo vendí a José Ramón Peláez y al año y medio se lo volví a comprar otra vez. Ya no me he vuelto a deshacer de él", relata aportando nombres y apellidos con rigurosidad de biógrafo. "Entonces los camiones de mayor prestigio eran el Pegaso y el Barreiros", añade este coleccionista que, a sus 53 años, tiene diecinueve seiscientos y medio centenar de motos antiguas, entre ellas "una de guerra y otra de la guardia de Franco".
Bautizado como Pegaso 1065, el camión, ahora digno de anticuario, era más conocido por su apodo. "Le llamaban Pegaso 170 Europa porque tiene 170 caballos y Europa porque, como dicen los niños, era el Pegaso más mejor de entonces". Y si le apuras, uno de los pocos que quedan sobre el asfalto. Al menos, Panín, que lo conduce todos los días desde la localidad cántabra de Cartes a distintos puntos de Bizkaia, no se cruza con ningún otro por la carretera. Y mira que se la tiene trillada. "Ahora hago entre doscientos cincuenta y quinientos kilómetros al día. El camión tiene tres millones quinientos cincuenta y seis mil y pico, de los que yo habré hecho unos dos millones y medio", detalla.
"No se rompe" Abrumado por las cifras, uno no puede evitar descansar la mirada sobre el tarro de cuajada con un par de destornilladores dentro que lleva en la cabina. "Antes los que conducían un camión eran medio mecánicos. Ahora, como todo es electrónica, no puedes tocar nada porque igual sueltas un cable para arreglar una avería y haces otra", admite. No es su caso. En su vehículo no hay rastro de nuevas tecnologías. Prueba de ello es que él ha llegado a arreglar una pieza de su Pegaso con un tornillo de una señal de tráfico. "Me han reparado el motor tres veces y también tuve que cambiar la maza del embrague, que se rompió al de 32 años. He ido recopilando piezas de repuesto en desguaces por si las necesito, pero es que no se me rompen. No me puedo quejar, ha sido un buen camión", concluye para envidia de los abonados a los talleres.
Rasguños aparte, el lustroso Pegaso tampoco se ha visto implicado en ningún accidente. "Alguna hora ya me he quedado atascado por la nieve, pero siempre he salido victorioso", afirma Panín como si cabalgara a lomos del caballo alado que da nombre a su camión. Le falta la espada, pero mérito ya tiene, al menos, en el mantenimiento de esta vieja gloria. "La gente ahora es volantista, no conservadora. Les ves hacer una maniobra, ¡ras! y dices: Joé, cómo lo maneja, pero hay que mirar por el vehículo. Tú la haces de dos y el coche sufre menos. Antes la gente era más profesional".
Haciendo gala de su veteranía, el camión luce la sentencia Mis kilómetros son historia en su visera. Es preguntarle a Panín por el letrero y romper a llorar. "Me emociona. El camión es mi pasión, es donde he pasado momentos buenos y malos". El llanto ahoga sus palabras. "Antes podías estar ahí metido casi 20 horas al día. Te daba tiempo a soñar, a pensar, ahí recibías las alegrías, las penas...", trata de abrir paso a su discurso entre sollozos.
Roto el tópico del camionero rudo e insensible, recuerda cómo recibió al volante la noticia del nacimiento de sus hijos o de la enfermedad de su padre. "Con la primera hija no llegué a tiempo", lamenta y da fe de lo mucho que ha sufrido en su camión. "Piensas en cómo voy a hacer esto, cómo voy a comprar aquello, cómo me arreglaré para salir de este bache...". Y ahora uno entiende por qué, aunque le ofreciesen uno nuevo a cambio, a Panín le gustaría jubilarse en el austero asiento de su camión. "No sé si lo conseguiré, pero tengo ese capricho, esa ilusión", suspira y se disculpa por sus lágrimas. "A mí me tocan el camión o a mi abuelo...".