HACE setenta años, las cartillas de racionamiento aún seguían vigentes y el estraperlo se consideraba una actividad comercial más. En aquellos días, un régimen de Franco apremiado por el aislamiento internacional y por las secuelas económicas de las posguerras española y mundial, se veía forzado a abastecerse con recursos propios y puntuales ayudas foráneas. En ese escenario de obligada autarquía y afán industrializador nace, a golpe de decreto ley, la firma SEAT. La antigua compañía estatal, que puso sobre ruedas a buena parte de la sociedad a mediados del siglo pasado, justo antes de ser privatizada, ocupa un hueco en la memoria colectiva hispana. Ni el cambio de propietario ni el gigantesco salto tecnológico y de calidad experimentado desde entonces han roto esos vínculos afectivos. De hecho, los actuales gestores no pierden oportunidad para proclamar con orgullo que su marca es "la única que diseña, desarrolla, fabrica y comercializa automóviles en España".

La Sociedad Española de Automóviles de Turismo, cuyo acrónimo aún perdura como denominación comercial, se constituyó formalmente el 9 de mayo de 1950. La empresa fue fundada por el Instituto Nacional de Industria, propietario del 51% de las acciones, con apoyo de algunos bancos españoles, que sumaban el 42% de los títulos, y de Fiat, socio estratégico a cambio de un 7% de participación inicial. Este nacimiento oficial revistió un carácter más bien testimonial: la producción de vehículos, bajo patente de la casa italiana, no comenzó hasta 1953, con el modelo 1400.

En estos siete decenios ha llovido mucho. Así que la marca, cuyo arranque coincidió con los de la guerra de Corea y el Mundial de Fórmula 1, ha vivido situaciones de todo tipo. La primera mitad de su biografía transcurrió a bordo de una montaña rusa, sometida a ascensos casi tan vertiginosos como las caídas. Pudo morir de éxito en la época dorada del desarrollismo, unos 'felices 60' en los que motorizó a una incipiente clase media dispuesta a aguardar meses y meses la entrega del soñado utilitario. Apenas una década después, SEAT visitó los infiernos y rozó la defunción debido a una acumulación de factores. El aumento de la competencia, la crisis del petróleo, el desfase tecnológico de Fiat en aquel momento y los problemas financieros casi la llevan a la tumba.

El desastre lo evitan, en los años posteriores, los acuerdos de colaboración con Volkswagen, que acaba absorbiéndola en 1986. En principio, el consorcio alemán le reservó el cometido de marca de perfil bajo, con un enfoque algo más juvenil y dinámico. La adquisición, que se completó en 1990, enderezó el rumbo de la marca hispana que, no sin altibajos, fue despidiéndose del color rojo habitual en sus balances y reportando beneficios. Es indiscutible que el éxito internacional y la consolidación de la firma obedecen en gran medida al aval del grupo alemán que, además de tecnología punta, aporta un indudable prestigio social. Hay que admitir también que su pretendida españolidad resulta algo impostada: las decisiones trascendentales que afectan al futuro de SEAT se toman en despachos alemanes.