FERNANDO Botanz se siente como la protagonista de Memorias de África porque se vino a Bilbao con todo su ajuar desde Donostia. Con sus sábanas de hilo bordadas de hace cien años, sus cubiertos de plata, la cristalería de 1920 y sus platos de porcelana de Limoges. “Y ese placer del tacto, del tintineo del cristal, del sonido de la porcelana no lo cambio por nada... hasta la comida más sencilla sabe mejor”, dice este amante de la belleza. Su casa es su paraíso personal y un ejemplo de esa fascinación por el art déco. Vive embrujado rodeado de piezas de los años veinte del siglo pasado, libros con encuadernaciones de cuero que tienen 150 años y obras arrebatadoras porque lo suyo no es una evasión, sino una pasión.

La moda le enloquece. Atesora ropa de época de gran valor y le queda que ni pintada. “La he comprado en viajes. He encontrado mucho vestuario que me queda como a medida porque soy como el hombre medio de 1900”. Además adquirió una gran colección de vestidos “por el disfrute de ponerme en mi casa vestidos que tienen 120 años”. Además de contar con un imponente repertorio de sombreros y sombrereras.

Fernando Botanz se define como un romántico, un donostiarra en el botxo con tal fascinación por el periodo de 1880 a 1920 que se podría decir que debería haber nacido cien años antes. Las antigüedades son su pasión, lo mismo que el arte o la música porque “amo la belleza”. Con estos antecedentes, no podía ser otra cosa que el alma mater del desfile Bilbao 1900 que se celebrará el próximo 29 de junio. Pero él también toca el piano, dirige varios coros y es un hombre polifacético. “Lo que usamos en el desfile es original, ropajes, levitas, gafas, bastones... Todo cargado de historia”, señala.

Pero estar hechizado por la Belle Èpoque, no le impide vivir el presente. “Aunque es verdad que cuando salgo a la calle y veo las paredes llenas de graffitis y veo la fealdad que nos rodea, me aterra, pero yo no vivo aislado del mundo. Es cierto que no me gusta la ropa de los escaparates porque el tejido, los acabados, la sensación de un vestido de 120 años, de cómo se desliza la seda, el raso, la lana... es inigualable”.

Este gran divulgador de cultura regaló hace ya doce años, cuando se trasladó a Bizkaia, sus vestidos, aunque conserva fotografías bellísimas en color sepia. Y es que con un patrimonio de belleza incalculable, Botanz donó al Museo San Telmo más de 2.000 antigüedades entre porcelanas, abanicos, vestidos, muebles, esculturas, cuadros, vestidos, sombreros, sombrillas, mantillas, mantones o cubiertos. Al Museo Balenciaga también cedió otras cien piezas, así como al Museo Vasco. De la ropa, ha mantenido varios equipamientos para poder alternarlos en el desfile. No en vano lleva diez años recorriendo Francia comprando vestidos, sombreros y ropajes. “Es que era el país de la moda en esa época. Si llegas a ver la colección de vestidos de 1920, 1930, de sombreros... Son prendas estupendas que han sobrevivido a dos guerras mundiales”, relata entusiasmado.

Ahora ha redescubierto otra gran afición, filmar el interior de mansiones de Neguri “porque quedan muy pocas casas que conserven el mobiliario interior y que mantengan los comedores y los dormitorios originales. Hay señoras de cerca de cien años, en algunos casos amigas mías, que me han permitido grabar sus pertenencias”. Confiesa emocionado que ha filmado un piso de 1900 en pleno Casco Viejo y eso le provoca un sentimiento inenarrable “porque el olor de la madera es como un viaje en el tiempo”.