LA beasaindarra Eneritz Martín tiene una mirada fija e intensa. Luce su pelo corto con gracia y no oculta la cicatriz que tiene detrás de la cabeza. Si no está hablando -la mayoría de veces sobre el baloncesto- seguramente se la encuentren sonriendo. Tiene luz propia y brilla aunque haya oscuridad. Aún así, bajo esa sonrisa Eneritz tiene una historia de superación, trabajo y esperanza. Para entender lo que han pasado tanto Eneritz como su madre Eva, su padre Jose Miguel, el hermano pequeño Julen y toda su familia hay que retroceder varios meses. El año pasado, mientras Martín estaba en un campus, se desmayó y cayó al suelo. El 26 de junio del 2018 es una fecha clavada a fuego en sus vidas porque fue cuando Eva fue a recoger las pruebas médicas. “Tenía casi por seguro que sería vértigo, no estaba nada nerviosa”. Pero el médico le dio la peor de las noticias, uno de esos resultados que nadie quiere escuchar nunca. Un tumor en el cuarto ventrículo de la cabeza, detrás del cerebelo. Había que operarla de urgencia.

Tras seis largas horas de intervención, con buen pronóstico, permaneció en observación 48 horas más. Parecía que la operación iba bien, hasta que todo se volvió a torcer. Tenía una infección. Su vida estaba pendiente de un hilo. Cuatro meses después de ser ingresada, Eneritz recibió el alta el 25 de octubre. “No recuerdo muchas cosas de aquellos momentos”, dice. Las secuelas, en cambio, son visibles. Tiene dificultades para hablar a buen ritmo, ve doble y el lado derecho de su cuerpo no ha recuperado todavía la movilidad al completo. Heridas de guerra.

Aunque le dieron el alta, los especialistas recomendaron a la familia que Eneritz recibiese rehabilitación en uno de los sitios mejor preparados, el Centro Neurológico de Navarra en Iruñea, ya que en Osakidetza “no le ofrecían un servicio de rehabilitación neurológica adecuado”. Eva Díaz se explica: “Nos parece lamentable la situación, ya que después de la operación solo tiene un par de sesiones de rehabilitación a la semana, y para la mejora de Eneritz estas ayudas no son suficientes”.

El mismo día que recibió el alta en Osakidetza ingresó en Iruñea, en el centro privado. Y vino otro problema, el económico. “En cuatro meses hemos gastado en torno a 30.000 euros. No hay ayudas para mayores de edad que sufren esta situación, y sin la rehabilitación adecuada Eneritz no va a mejorar”.

La relación entre madre e hija es muy cercana, siempre lo ha sido. “Yo no la miro con pena. No quiero que nadie lo haga. Le ha pasado esto, sí, y es un golpe durísimo que no le deseo a nadie. Pero me gustaría que todos los demás valorasen la fuerza que está teniendo y el esfuerzo que pone en mejorar cada día”. Eneritz agradece la actitud de su madre: “Esto es lo que me ha pasado y sé que me tengo que ejercitar yo”. Y tiene claro cual es su objetivo: “Quiero poder jugar al baloncesto”. Durante estos meses en los que ha estado librando su batalla, muchos se han implicado con la causa. En su pueblo natal, organizaron un encuentro de baloncesto y le hicieron un homenaje. Hace un año que Ordizia Saskibaloi Elkartea comenzó a organizar Azatxo Topaketa, donde niños y jóvenes disfrutan de una jornada dedicada a este deporte, sin ganadores. Este año también la han celebrado y se la han dedicado a Eneritz. Ella ve ahora la vida con otros ojos y sabe que debe luchar.

La beasaindarra ha sufrido un traspiés, pero es de esas personas que sabe que tiene un camino duro, largo y con bajones, que debe recorrer con el apoyo de todos y todas.