NO todo en el país del sol naciente son productos electrónicos o artículos para los fans del manga y el anime. Lo saben bien Richard Diego y Ander Echeandia que han montado en Bilbao su propio paraíso nipón con muñecos daruma para los buenos propósitos, toris, tés matcha, palillos, dibujos sumi-e, caligrafías y un gran número de artesanías, cerámicas o artículos de papelería. Un remanso de paz que, como en Japón, cultiva la cultura de las formas. Porque además ofrecen talleres de yoga, meditación y taichi -en un dojo, una salita de meditación decorada en plan zen-, así como cursos de bonsái y talleres de sushi, caligrafía y clases de japonés. Como bien explica Richard Diego, “todas las artes japonesas tienen un punto de meditación. Antes de comenzar cualquier curso respiras para bajar pulsaciones y predisponerte a hacer algo importante. Sus disciplinas no solo son hiperestéticas, están concebidas para que te relajes”.

Sin embargo, donde Diego y Echeandia echan el resto es en su jardín museo de Güeñes con más de 800 ejemplares de bonsáis. Un espacio dedicado a este arte milenario -con árboles que van desde los 30 euros hasta los 18.000- serpenteado por senderos que fluyen hasta una pagoda de madera donde se ubica la escuela de bonsái y pabellón de té. De hecho, el 5 de mayo organizarán junto con el Ayuntamiento de Güeñes una feria de flores y plantas con estos árboles en miniatura como grandes protagonistas.

A su tienda Los Jardines de Kyoto, los bilbainos acuden cautivados por sus tejidos refinados. “Vendemos muchísímas telas. La gente viene a por kimonos, ahora en primavera compran haoris para las bodas porque son auténticas obras de arte, pintados en seda y cosidos a mano”. “Hay otra gente que también viene a por comida porque tenemos diferentes tipos de sake, los ingredientes para hacer sushi y postres como los mochis, un pastel japonés hecho de mochigome, un pequeño grano de arroz glutinoso”. A los clientes también les fascina su extraordinaria cerámica y sus cuencos que se perfilan como piezas únicas. Una tienda totalmente original ya que se trata del único establecimiento especializado en Japón.

Para hacerse con estos productos, Richard y Ander viajan cada año once mil kilómetros y compran el género. “Lo complicado es que allí casi nadie habla inglés pero como llevamos varios años yendo tenemos contactos en Kyoto y así puedes encontrar material en talleres artesanos, mercadillos y pequeñas fábricas”. “Es gente muy sociable, lo hacen muy fácil aunque no puedas comunicarte. Pero no puedes comprar directamente, entras, te invitan a un té, te debes presentar... y después empiezas a hablar de negocios”. No en vano se trata de un país amante de las formas y la apariencia, lo bello y lo hermoso, de la armonía y el respeto. “Gracias a este contacto directo y a que hemos vivido las experiencias de primera mano, tenemos más conocimiento acerca de lo que vendes y puedes transmitir esas enseñanzas al cliente”, señala Ander Echeandia.