RAN los días de la invasión de los pies negros, el mundo punk y la triste era de la heroína; los días negros del plomo de ETA, la reconversión industrial y las batalles campales en el entorno de los Astilleros Euskalduna, los edificios grises y aquellas inundaciones del 83, ¡ay!, que tanto se llevaron y que tanta huella dejaron en Bilbao. Eran, también, los días de los pies de oro de los leones, el último Athletic de los que tocaron las campanas de gloria con los títulos de Liga y Copa; el Bilbao efervescente donde la noche tenía tanta vida, cuando no más, que el día. Eran días sin franquicias ni grandes tiendas, días de comercios con carácter y personalidad en un Bilbao superpoblado y sucio, sí, pero más abierto que nunca a un mundo nuevo que desplegaba sus alas en una ciudad que, malherida por el adiós de sus viejos hábitos y entusiasmada por la apertura y la llegada de otras culturas, se rebelaba y quería probarlo todo. Eran los años ochenta, un tiempo de claroscuros trepidante donde se sitúa la crónica de hoy. Eran los tiempos en los que la banda de punk Eskorbuto describía así aquel ecosistema con la canción Ratas en Bizkaia: "Mirarás al cielo y verás una gran nube sucia. No lo pienses, no lo dudes: Altos Hornos de nuestra ciudad. Mirarás las fachadas, llenas de mierda (...)" mientras que la banda de San Mamés cantaba aquello de ¡gooool de Dani! y José Antonio Nielfa, La Otxoa, sorprendente e irreverente, cantaba el ¡Libérate, libérate! que sonó como un grito de libertad.

Había otro Bilbao más internacional, claro. Más sintonizado con las corrientes que llegaban de otros lares. Se oían los ecos de la Movida madrileña, el lema vital de muchos, de tantos, parecía extraído de una de las primeras películas de ciencia ficción de nuestra vida -"¡Que la fuerza te acompañe!", ¿se acuerdan...?-: llegaba el sida y caía el muro de Berlín; y nacía, si es que se puede decir así, una nueva cultura.

Fue una década con muchos seguidores de su estilo de vida, un tiempo en el que la moda, la música y las exhibiciones televisivas y del séptimo arte, coqueteaban con la expansión de los videojuegos que se hacían cada vez más populares. Era el preámbulo de lo que habría de llegar después: la era digital. Era un tiempo diferente.

¿A cuento de qué conviene ahora realizar este ejercicio de nostalgia?, se preguntará mucha gente. Ese mundo dijo adiós. Fue el nuestro, el de un par de generaciones al menos, que hoy se mueve con otros ritmos, otras preocupaciones. ¿Qué no daríamos por no volver allí...? Sí, algo tal vez sí, pero no hay garaje alguno en el que esté aparcado el Delorean, aquel automóvil que te llevaba regreso al futuro con la imaginación. Tampoco es cuestión de flagelarse con los recuerdos.

¿O quizás sí? Quizás sea posible encontrar hoy, en el primer tercio del siglo XXI, un espacio singular que le permita, a quien lo visite, emprender esa marcha atrás. El oasis del ayer resucitado se llamresucitadoa , camino ya de la salida de Bilbao por La Salve y vecino, pared con pared, de otro local singular, el Odoloste, el templo en el que el chef Igor Aguirre rinde pleitesía al cerdo y todos los manjares que esconde en su rechoncho cuerpo. No por nada la carne de cerdo ha sido históricamente la fuente principal de proteína en los caseríos de Euskadi.

Barcade es un Gastrobar que se inspira en la década de los 80, un lugar lúdico que combina la gastronomía street food y la coctelería. Para sus responsables tiene de especial que durante aquellos años "todo era más sencillo, estable, auténtico", por lo que la estética de esa mágica década y su reconocible iconografía no solo ha calado hondo sino que ha conectado con las nuevas generaciones. Se trata de un bar original y único que combina street food de todos los rincones del mundo con un ambiente lúdico. Un templo donde revivir aquellas felices tardes.

No se trata, al menos no tan solo, de un local hostelero. Entre sus paredes se recrea un espacio de ocio único en Bilbao que combina el delicioso sabor del street food de medio mundo con los mejores videojuegos clásicos, arcade, pinballs, una amplia y variada carta de cervezas nacionales e internacionales y buenas copas en un ambiente ochentero que se enriquece con música de los Rolling, Springsteen, Eurythmics, Queen o Supertramp y con retransmisiones deportivas en directo y emocionantes campeonatos de videojuegos.

El local cuenta con una decoración y ambientación ad hoc luces de neón, alfombras persas, telas de Missoni Home, lámparas de colores de aire oriental y cómodos sofás, donde no faltan Mazinger Z, R2D2 o Boba Fett acompañados de un montón de entrañables personajes de la década de los 80. Videojuegos legendarios de Arcade como el pionero Space invaders, Pac Man y un sinfín más. Se redondea la apuesta con un all in de los ochenta a la vida moderna del siglo XXI. Un espacio perfecto para team-building y reuniones de trabajo, con la posibilidad de acabar relajándote con actividades informales y lúdicas.

Juan Marchante, decorador de profesión, lleva 30 años dedicándose al mundo de la restauración. Como en la mayoría de casos, el negocio que comparte con otros miembros de su familia, Sweet and Drink, un grupo que engloba varios locales, la organización de eventos y servicios de cátering. Barcade, que bajo el nombre de Rockade ya está en Madrid, era su sueño. Hasta que lo realizó.