US padres, nativos de Burgos, regentaban el ambigú del célebre Salón Vizcaya, allá en San Francisco, donde Teresita Zazá, según narran quienes estuvieron presentes aquella Nochevieja, inmortalizó el alirón. Esta cuna propició que desde muy niña alternase con gente de la farándula que visitaba aquel templo de las varietés en Bilbao de continuo.

Fue todo un torbellino bien pronto. Aquella niña pizpireta bien pronto comenzó a emular los bailes de las figuras más destacadas que llegaban al teatro. No hacia ascos a nada: cupletistas, bailarinas... ¡lo que fuese! De tal modo fue así que muy pronto su familia le llevo a Madrid por intentar que la chica se abriera paso, y allí encontró a su impulsora y gran consejera, Adelita Lulú, figura del varieté que terminaría viendo a Nati como su pigmalión. Algunos años después su empresario, Germán Matute, decía de la joven perla: “La Bilbainita no ha estudiado en ninguna parte y jamas ha tenido maestro; únicamente se vale de su intuición enorme y cuando oye una música que le gusta o impresiona, va poco a poco componiendo su danza y su gesto, y así es como ha ido formando su repertorio. Por lo tanto, su trabajo es único, personal y no se parece al de ninguna otra bailarina”. ¡Touché!

Paseó triunfalmente su arte por Europa y América. París y Londres le rindieron merecidos homenajes. Era de estatura pequeña, pero la viveza de movimientos y fuerza rítmica que imprimía a sus bailes parecían agigantarla en escena; su maestría tocando las castañuelas contribuía a la perfección y belleza de su trabajo. El gesto y la pantomima son tan importantes para ella como la agilidad técnica, en la cual también sobresalió. No por nada dijeron de ella que bailaba con su expresión, como otras lo hacían con los pies o con las manos.

Pero hay amores que matan, como decía la copla. Muy joven, con apenas 20 años, Nati se enamoró perdidamente de un hombre. Era de Gordexola y se llamaba José Antonio Arechavala Hurtado de Mendoza, hijo de un indiano fundador en Cuba del famoso Ron Arechavala, que todavía hoy se aprecia. Fue un amor tórrido y sensual por el que Nati lo dejó todo: cualquier deseo de triunfar en los teatros, cualquier afán de tocar la gloria del arte. Con apenas 23 años, a consecuencia de un mal parto, murieron madre e hijo. Hoy, en el cementerio de Gordexola, en el panteón de los Arechavala, posan los restos de Nati La Bilbainita.

Protagonista: Natividad Álvarez, ‘Nati, la bilbainita’

Gesta: Bailarina autodidacta, nació en el Salón Vizcaya de la calle San Francisco. A principios del siglo XX su nombre rompió fronteras -la homenajearon en París y Londres- pero a los 20 años dejó los escenarios por amor y a los 23 falleció de parto. Ya era leyenda.