bilbao- Para relajarse, George Clooney busca hongos por las faldas de Oiz. “Nada, no ha llovido lo suficiente. Ojo, que no quiero coñas sobre si a mí me van las faldas. Ni chistes fáciles sobre setas y similares. ¿Entendido?”. El actor de Kentucky, de 68 años, se muestra irritado. Hasta ha perdido la atractiva sonrisa y la caída de ojo que lo vuelven irresistible. “Tiene narices el asunto: soy el único artista que ha sido nominado al Óscar en seis apartados diferentes? ¡Y la gente me pide autógrafos por un jodido anuncio de café en cápsulas! No lo soporto. Me he vuelto alérgico al café. ¡Abomino su aroma! ¿A qué le huele el aliento? Menos mal, no parece café, sino orujo de hierbas. De otro modo, aquí se terminaba la entrebestia”.

¿Qué le trae por estos lares, señor Clooney?

-Nada de café. ¿Entiendes? Vale. Bueno, he venido por recomendación de mi psiquiatra. Estoy que salto a la mínima. He disparado en media docena de ocasiones a las teles de mi casa por el maldito spot de Nespresso. Me está costando una pasta la mala puntería. No he acertado a ninguna de las pantallas, que son de esas de 250 pulgadas, pero me he cargado un jarrón chino de la dinastía Ming, un Picasso y a Flaffy, el scottish terrier de pura raza de mi santa. A punto ha estado de pedirme el divorcio a cuenta del pobre perro, se quedó así, con la lengua de través y los ojitos en blanco.

¿El perro?

-No, no: ella. Se mareó al ver el fiambre. Es muy sensible.

¿En se?? Eheee. ¿Para tanto es la cosa?

-Oye, que voy por la calle y siento cómo se parte la caja el personal. Por ejemplo, pido confit de pato en el restaurante y, es impepinable, la camarera me mira, pone cara de cachondeo, y me suelta: “Really, George?”. Quedo con mi representante que me quiere colocar en una peli, le sugiero que exija más pasta por el papel, se baja las gafas de presbicia, y me susurra: “Really, George?”. Un martirio. Una pesadilla.

Me hago cargo. ¿Por qué Bizkaia como destino?

-Mi psiquiatra, Wilbur Barrenetchea Oscholaza, me comentó que, según sus abuelitos, se trataba de un lugar con clima agradable y buena cocina, donde la gente corría delante de toros y comía en lugares a los que no se permitía entrar a las mujeres. Me pareció interesante.

No va a poder usted correr delante de toros hasta verano.

-Eso me da lo mismo. Lo que me saca de quicio son los restaurantes en los que las señoras se me acercan con sus tazas de café humeante y me espetan: “Really, George?”. Por lo que me comentó mi psiquiatra, en esos lugares donde no permiten pasar a las mujeres, ustedes engullen como si no hubiera un mañana, beben un elixir rojo que llaman patxaran y juegan virilmente a los naipes.

Algo parecido. Pero no crea todo lo que se dice. Conserva usted una presencia muy atractiva. ¿Se ha hecho algún retoquito?

-Sí. Un lifting. En el escroto, que es una zona muy arrugada, parecida a los párpados de algunas personas. ¿Puedes creerme lo que me espetó el cirujano cuando se lo propuse? Exacto.

No me extraña. ¿El escroto?

-Te acabo de decir que mi esposa es muy sensible. ¿Recuerdas? También es de piel muy fina. El roce de cualquier cosa rugosa le chafa el cutis. La alternativa era mantener relaciones íntimas con el escroto metido en una bolsita de terciopelo de las que se cierra con un cordón corredizo, de esas para guardar relojes caros. No es plan.

Comprendo. ¿Qué retos profesionales le mantienen la llama viva?

-Mira, lo he ganado a todo. Los premios del Sindicato de Actores, los Bafta, los Emmy, Globos de Oro, los Oscar? Soy el único artista que ha sido nominado a los Oscar en seis categorías diferentes: actor principal, actor de reparto, guión original, guión adaptado, productor y director. Para superarme, puedo aprender música o efectos especiales, o cambiar de sexo para que nominen como actriz. Lo de la música y los efectos especiales lo veo complicado, así que a lo mejor me cambio de sexo.

¿En serio, Jorge? Eh, eh? quieto, quietoooooo. ¡No!