LOS servicios digitales que usamos en nuestro día a día han alterado muchas de las reglas de juego de nuestras sociedades. Además, han traído palabras como fake news, app o bitcoin. Incluso han creado un nuevo tipo de empresas: las plataformas, que permiten desintermediar la oferta y la demanda para centralizarla en un único punto (buscadores de vuelos, servicios de movilidad o viviendas para alojarse una noche). Nuestras rutinas y hábitos ya no son las mismos.

A pesar de este contexto, nuestro PIB todavía no refleja todo el valor que han creado estos servicios digitales. No sabemos cuánto aportan a la economía de un país. ¿Por qué? Creo que es un problema de contabilidad. El hecho de que la gran mayoría de los servicios digitales que usamos sean gratis no ayuda a sumar y restar. Estas empresas digitales operan con un modelo de negocio muy diferente al tradicional: en lugar de vender el valor que nos ofrecen directamente a nosotros, nos emplean como instrumento (producto) para ganar dinero por otras vías. Pero si queremos que el Producto Interior Bruto (PIB) exprese el valor monetario de la producción de bienes y servicios de demanda final de un país, necesitamos que tarde o temprano lo refleje.

Un grupo de investigadores del MIT, liderados por Erik Brynjolfsson, han desarrollado una nueva métrica, que han bautizado como GDP-B (PIB-B), que refleja el beneficio de bienestar asociado a estos servicios en lugar del tradicional gasto en el que se incurre para adquirirlos. Con esta forma de contabilizar, solo Facebook, ayuda al crecimiento de entre 0.05 y 0.11 el PIB de Estados Unidos en un único año. Otra investigación de Erik Brynjolfsson y Joo Hee Oh, del MIT, estiman lo que bautizan como la “Economía de la atención” en más de 100.000 millones de dólares al año. Han desarrollado un modelo para cuantificar el valor que crean servicios por los que nadie paga. Enfocan el problema hacia el tiempo dedicado a estos servicios, no tanto al dinero pagado. Una nueva forma de medir nuevamente.

En un mundo en constante polarización entre economías cada vez más orientadas a servicios y otras más orientadas a fabricar productos, es necesario que nuestro PIB refleje esta economía digital. El PIB es una métrica fundamental que sirve como termómetro de los avances o retrocesos. La metodología que emplearon los investigadores del MIT permitió determinar cuánto estarían dispuestos a pagar un total de 65.000 personas por los servicios digitales gratuitos que emplean en su día a día. No solo debemos incluir las redes sociales, sino también Google, la cámara de nuestro móvil (ya no pagamos por ella), el reproductor de música, la mensajería instantánea, etc. Las cifras hablan por sí solas. Los consumidores valoran entre 40 y 50 dólares a Facebook. YouTube, unos 100 dólares al mes. El valor mensual estimado del buscador de información mundial (Google) unos 1.500 dólares. Los servicios de comunicaciones por correo electrónico por los que tampoco pagamos, unos 1.500 dólares. WhatsApp (más empleado en Europa que en EE.UU.), unos 600 dólares al mes. Las cámaras fotográficas, 75 dólares. Y así un largo etcétera. Sumando estas magnitudes, queda claro que los incrementos del PIB de los diferentes países serían realmente importantes. Tengamos en cuenta que éste no es el precio de pago por el servicio, sino lo que estiman costaría tener que utilizar alguna alternativa.

Sin habernos dado cuenta, hemos abrazado una economía del todo gratis para el consumidor final. Sin embargo, debemos contabilizar de alguna manera el valor que han creado. El PIB no refleja ahora mismo todo lo que ocurre en una economía. Si no sabemos realmente cuánto es la producción de salida de un determinado sector en la economía, no podemos determinar su peso relativo en la misma. Y tampoco se podrán hacer políticas de incentivo o freno de las mismas. Quizás con ello podamos explicar mucho de la crisis digital que vivimos en Europa.