yO, señora, ya lo sabe usted, soy sicario porque carezco de imaginación. No me llamó el destino a esos caminos. Esa es una de las razones por las que se me da bien matar. Luego está el oficio. Claro.

Pero el oficio se aprende. Poco a poco. Primero, ayudando a otros. Tuve la suerte, lo recordará usted, de trabajar con Jo El Tuerto. Un maestro. Me reveló los secretos de la navaja y el puñal. El golpe al costado, un poco por debajo de la axila, desde detrás. Ni se dan cuenta. Caen como conejos. También me fundamentó los trucos del caminar silencioso, las clases de suelas, las mejores para correr por la ciudad. Lo importante de acercarse con el sol o el foco a la espalda. Las añagazas para sobornar ordenanzas y porteros de finca. El camuflaje con el periódico, el cambio de acento, las pelucas. “Nunca te pongas una de esas camisas de estampado bárbaro que lucen los mafiosos. Déjalos. Nosotros somos profesionales, Mac. Con esas camisas, la pasma te pilla en el primer cruce. A veces, los polis se dedican a pedir la documentación a todos los idiotas que pasean presumiendo de una de esas camisas o con una chaqueta con hombreras enormes. Y siempre trincan a algún idiota”. Así hablaba Jo. Lo suelo visitar en San Quintín cuando pasó por allá. Está muy triste. Y muy delgado, señora. Como si ya nada le importara.

La ausencia de capacidad de imaginar, ésa, la traigo desde chiquito. Nunca me paré a observar las nubes pasando por el cielo como hacían mis compañeros. Ni vestí a mi perro con ropa de niña. No jugué a indios y cowboys. Ni fui capaz de leer una novela: les tienes que poner cara a los personajes, fachada a las casas, papel pintado a los apartamentos. No, eso no era para mí.

En cambio, el cine sí, señora. Y ya conoce usted esa debilidad, también para los encargos. Una buena película te lo da todo, basta con mirar y escuchar. La historia sucede, enorme, delante de las narices de uno. La falta de luz y lo potente del sonido vienen bien para disimular la puñalada en la axila de quien esté sentado delante; a menudo, hasta la punzada en la nuca. No falla. Luego te vas como que quieres orinar. Le he solucionado unos cuantos compromisos de este modo. ¿Verdad, señora?

Soy metódico. Lo sabe usted de sobra. Limpio y engraso mi Browning GP-35 FN cada día. A la hora del almuerzo y tras la cena. La desmonto enterita. Vacío, limpio y relleno los cargadores de proyectiles de 9 milímetros. La herramienta, lo primero. Verifico el silenciador semanas antes de cada uso. En cuanto empieza a soltar toses y silbidos, lo repongo. ¿No queremos que se entere todo el vecindario de la faena, verdad, señora? Froto las vainas y los casquillos de mis balas con un estropajo de níquel. Si los de la científica encuentran alguno que se me despiste, tienen para un par de años si quieren localizar marcas características del percutor o arañazos de la recámara. Eso lo hacía otro de la vieja escuela, Tom Tacones. Nunca le encausaron. Descanse en paz.

Estudio la zona de tránsito del encargo. La oficina, el aparcamiento, los subterráneos del metro por los que camina, los corredores del edificio de apartamentos en el que vive o el patio trasero de la casita. Ni en una sola ocasión he puesto pegas, señora. Me son indiferentes hombres que mujeres, jóvenes que viejos. No acepto niños, pero eso se lo dije siempre.

Para mí son poco más que trajes o vestidos que terminarán cayendo como si les quitaran la palomilla de repente. No puedo inferir ni un tanto así de sus vidas. Ni si son buenas o malas personas. Me da lo mismo. Ni me lo pregunté jamás. Son un trabajo. Un disparo en la parte de atrás de la cabeza. Nunca a una distancia superior a dos metros. Pop. En el suelo, un par de tiros en la zona alta del pecho o la espalda. Pop-Pop. Para asegurar. Con calma. Ni el propio Jesucristo resucitaría tras eso, señora. Hablamos de una Browning GP-35 FN.

Me ocurrió mientras preparaba el último encargo, señora. Con un buzo de antenista entre a la finca del objetivo. Por ver los pasillos, las escaleras de incendios, los tipos de cerraduras, las claraboyas y la azotea. Plan de acción. Planes de fuga. Plan de Contingencias. Siempre trabajo con esa rutina.

En mala hora pulsé el botón del ascensor. Fue tarde. El tipo se metió detrás de mí. Le dio al piso 25. Olía a la loción de afeitar que uso yo. Estaba contento. Sujetaba un ramo de flores en una mano y un paquete de pasteles de merengue en la otra. Silbaba el tema principal de El mago de Oz. Somewhere, over the rainbow... Me saludó con una sonrisa. Sus ojos eran azules, muy limpios y expresivos. Llevaba un diente mellado, pero le quedaba gracioso. Fumaba tabaco rubio. Se trataba del encargo. Sí.

“Hace calor ¿eh?”, me dijo. “Voy a llevar a mi pequeña al zoo. Allí siempre se puede encontrar sombra. Acaba de cumplir nueve años. Es un pequeño demonio. ¿Tiene usted hijos?”, preguntó. No le respondí. Miré al suelo del ascensor. Y gruñí algo en un idioma que quise que fuera ruso. “Disculpe. Que tenga buen día”, susurró al marchar.

No puedo matarlo, señora. Comprenda usted. Ahora el maldito tipo tiene cara y cuerpo. Y, al menos, una nena. Quizá más. Una esposa a la que lleva flores. Padre, madre, hermanos, sobrinos. Esa es una casa feliz, señora. Ya no hay manera de que sea yo quien le dé el pasaporte. Dígame usted ¿Debe dinero? ¿Es un chivato? ¿Cuál es su falta?

La mujer apagó su cigarrillo de mala gana en un repleto cenicero de mármol. Dibujó una mueca de contrariedad en un rostro que podría ser el de la superiora de un convento de clausura. Era La Jefa.

Mac? La Jefa no terminó la frase. La bala entró con trayectoria descendente desde el ventanuco. La cabeza del asesino estalló como una sandía cargada de petardos. La mujer se parapetó tras el gigantesco escritorio de caoba y rompió las lámparas. Llamó a gritos a sus gorilas. Irrumpieron en tropel.

Cuando se incorporó, observó el bulto de la Browning entre las ropas del cadáver. “Tu objetivo era Pete El Fino, querido” dijo la jefa sin pizca de emoción en la voz. “El sicario que contratan mis rivales. Lo suyo es el rifle de francotirador”.

Ordenó que le adecentaran el despacho. Y que instalaran vidrio blindado en las ventanas. Mandó llamar a Jack El Fúnebre.