N extraterrestre vuelve a la Tierra en busca de su hijo adolescente a quien dejó una canica cósmica de recuerdo (algo así como el primer localizador gps intergaláctico) y toma el cuerpo y la identidad de Paul Forrester, un famoso fotoperiodista recién fallecido en un accidente de helicóptero a quien clona y manga la ropa y la cartera para hacerse pasar por él, localizar a su hijo, Paul, y, juntos, iniciar diversas aventuras mientras intentan encontrar a su madre biológica y son perseguidos por George Fox, un agente de la Policía Federal que se huele la tostada y quieren dar captura al extraterrestre y a su hijo intergaláctico, el niño de las estrellas siguiendo la terminología de V, otra serie ochentera de extraterrestres (estos con peores intenciones).

Este fue el punto de partida de Starman, la serie de ciencia ficción que TVE-1 emitió en la sobremesa del verano de 1987 que retomaba la película del mismo título de John Carpenter aunque con las formas y maneras de series de televisión como El fugitivo o Los invasores (ambas también producidas por Quinn Martin) reservando pequeños guiños de humor en la trama para aliviar la tensión cuando el extraterrestre tenía que lidiar con las costumbres sociales de los humanos. El chaval fue dado en adopción por su madre con la mala suerte de que sus padres sufren un accidente de coche del que él sale ileso y acabó en un centro de acogida. El secreto del extraterrestre, a su vez, no duró ni medio capítulo cuando su expareja descubrió que la clonación era tan perfecta que le faltaban las cicatrices, los problemas dentales y no tenía el saque que caracteriza a todo buen periodista.

El argumento nos dejó claro desde el primer minuto que aquí el extraterrestre, pese a sus rarezas, era el bueno de la historia y los polis que querían darle caza para diseccionarle, los malos, y durante 22 capítulos jugaron al juego del gato y el ratón. Él con ayuda de su bola mágica gozaba de algunos poderes que le facilitaban la huida mientras que el poli con cara de chungo, con todos los recursos a su disposición y pese a pisarles los talones, quedaba siempre en ridículo.

La serie, de la ABC norteamericana, estuvo coproducida por Michael Douglas, que también fue productor de la película original de 1984 y aunque no logró grandes audiencias en su pase estadounidense por la difícil competencia, lo que precipitó su cierre con solo una temporada, fue todo un fenómeno entre los chavales que la disfrutaron aquel verano del 87 en la sobremesa de TVE y cuyos capítulos finales se reservarían para dos años más tarde.