Madrid - La desinformación se ha convertido en un negocio muy lucrativo y en una eficaz estrategia para partidos y corporaciones con fines poco legítimos. Sin embargo, el fact-checking (periodismo de verificación) está logrando que mentir les empiece a salir caro, asegura la periodista y verificadora brasileña Cristina Tardáguila. “El fact-checking ha elevado el coste de la mentira”, afirma Tardáguila, directora asociada de la organización que reúne a los principales medios verificadores del mundo, el International Fact-Checking Network (IFCN). Esta nueva forma de hacer periodismo expone al mentiroso, le coloca una “etiqueta” en medios de comunicación y redes sociales.

Así lo ha comprobado esta fact-checker, que fundó la primera agencia especializada en periodismo de verificación de Brasil, la Agência Lupa, antes de llegar a la dirección del IFCN, perteneciente a la escuela de periodismo Poynter, en Florida. La campaña de las elecciones brasileñas de 2018 fueron los meses más intensos de la vida profesional de Tardáguila: el apuñalamiento de Jair Bolsonaro o la detención del expresidente Lula da Silva provocaron un huracán de desinformación y una oleada de bulos e informaciones falsas. El fact-checking tiene un impacto en la sociedad y la vida política, sostiene Tardáguila. “Aunque indiscutible, es muy difícil cuantificar su impacto, aún no hay estudios serios”, pero es palpable en cuatro niveles, según la periodista. “Impacto en los políticos, también en la forma de hacer periodismo, en los creadores de noticias falsas y, por supuesto, en los ciudadanos que consumen medios de comunicación”, apunta.

inversión Esta nueva forma de periodismo ha crecido mucho los últimos años y, aunque existe desde los 90, ha experimentado “un boom” entre 2015 y 2018 alimentado por el auge de las redes sociales. La “pregunta del millón de dolares” para Tardáguila es cómo adelantarse a las fake news y a su velocidad para difundirse por Internet y cree que la clave está en los formatos: “De nada sirve que las mentiras estén en Twitter y los periodistas vendamos la verificación en la portada del periódico del domingo, no estaríamos hablando con la misma audiencia”. La solución pasa por hacer muchas pruebas hasta “encontrar el formato ideal para desmontar cada mentira”, algo que requiere “mucho esfuerzo e inversión”.

En España, según Tardáguila, “es importantísimo” que se reconozca que “hay un problema con la desinformación”. Los políticos, objetivo frecuente de los verificadores, “han de estar preparados y recibir con los brazos abiertos este servicio”. “Tienen que entender que los fact-checkers no estamos para atacar ni para defender a nadie, sino para repartir datos. El fact-checking no tiene voluntad de cambiar las opiniones o creencias de una persona”, concluye.