“Sin nosotras los barcos no salían”. Nos lo cuenta Arantza Magunazelaia, la última redera que queda de entonces y que nos regala una historia de recuerdos, de vivencias y de cariño hacia un oficio que ella aprendió cuando apenas tenía 14 años. Así empezó de la mano maestra de Piedad Miranda que le enseñó cuando era una niña (por eso todo el mundo la llamaba “Nena”) los secretos de una meticulosa labor que tuvo que dejar, con pena, cuando tuvo a su tercera hija.