Antes de descubrir el Tour, en una entrevista con este diario, Omar Fraile decía: “Cuando sepa de qué va el Tour, veremos hasta dónde puedo llegar”. Fraile es un tipo listo. Aprende rápido. Las caza al vuelo. Sabe de qué va el Tour. Mende es un aeródromo. Allí aterrizó el avión del comandante Fraile, que enlazó la tierra con el cielo el 21 de julio de 2018. Al firmamento apuntó su dedo, que recogió de una lazada tras besarse la muñeca, donde cuelga una pulsera que le recuerda a su chica.

EL DE SANTURTZI, QUE DEBUTABA EN EL TOUR DE 2018, DIO CON LA LLAVE PARA VENCER EN EL MAZIZO CENTRAL

Un beso antes de las flores de meta. Fraile encontró la dicha y aterrizó con una sonrisa capaz de ocupar el ancho del aeródromo, un lugar conocido para él. Había visitado Mende en un par de ocasiones cuando soñaba de lejos con el Tour. Cuando vio Mende en el libro de ruta del Tour, a Fraile se le encendió la idea. Dispuso su hoja de vuelo. Piloto automático hacia su mejor triunfo.

“Es increíble. Un sueño para mí. No podía soñarlo. Es la victoria más grande que he conseguido hasta ahora. Es lo más grande para un corredor como yo. Tenía muy estudiada la subida pero se me ha hecho más larga que otras veces”, resumió. 

Fraile festejó el doble su éxito. Ganó en plenas fiestas del Carmen, patrona de Santurtzi. Omar fue un chupinazo en la Cote de la Croix Neuve, donde estalló su traca final en el corazón del Macizo Central. Allí en ese territorio en el que se hornea el Tour, se incrustó en la fuga. Era el día marcado a fuego. Fue Stuyven el que puso en guardia a Fraile después del movimiento de Gorka Izagirre.

El poderoso belga, apaisado sobre su bicicleta, fijó su mirada en el horizonte, entre carreteras quebradas y se fue directo a buscar la Cote de la Croix Neuve, la montaña que enlaza a modo de tobogán para el vuelo con el aeródromo de Mende. Allí se estrelló el belga sin remisión.

“Estaba pegando mucho viento de cara y sabía que Stuyven estaba gastando mucho solo. Yo iba con buenas piernas y he querido probar desde abajo”. El despegue fue el de Fraile, que iba montado en un cohete. Coronó el muro con un racimo de segundos. No demasiados porque Alaphilippe quería ondear su bandera. Pero el francés tuvo que claudicar. “Sabía que iba muerto y a 300 metros ya me veía ganador”, rememora el de Santurtzi. Fraile voló a la gloria.